La apertura esta semana de IKEA ha convertido la cabecera de la rambla del Belén en una catedral a la que ya han peregrinado miles de almerienses. La multinacional sueca ha sido durante años un objeto de deseo para la ciudad y su llegada contribuye a potenciar el comercio del mueble y sus complementos.
Hasta hace apenas unos años Almería era una colonia dependiente de Granada y Murcia. La educación, la salud y el comercio eran los tres ángulos que dejaban en evidencia el olvido en el que siempre hemos navegado.
Estudiar una carrera, acudir a un especialista o comprar un traje de boda obligaba a desplazarse a esas capitales, tan alejadas de Almería en esa agenda de servicios, ayer y hoy indispensables en la calidad de vida de las ciudades y de quienes las habitan.
Afortunadamente la situación ha cambiado. Un cambio que no solo ha roto esa dependencia colonial a la que parecía que estábamos condenados, sino que también ha modificado la mentalidad de los almerienses. Granadinos y murcianos ya no nos ven desde la altura del estatus superior al que su audacia y los apoyos de las instituciones les situaban. Ahora ya estamos situados en el mismo descanso de escalera, peldaño arriba o peldaño abajo, pero para unos y otros y en depende que tipo de servicios.
El martes, mientras escuchaba el entusiasmo con que Mónica Martín, directora de IKEA en Almería, contaba a La Voz y a La SER la extraordinaria acogida que Almería le ha dado a la multinacional.
La historia de la llegada de las áreas comerciales a la capital ha estado marcada por algunos sectores sociales, empresariales y políticos por una estrategia proteccionista al pueblerino modo y un oportunismo a la partidista usanza. Las hemerotecas están llenas de páginas saludando con indignación, maniobras políticas, ocultos intereses especulativos y demandas judiciales las llegadas del PRYCA (ahora Carrefour), la construcción del centro comercial Mediterráneo, el centro comercial de Torrecárdenas, la instalación del Gran Plaza en Roquetas, la aprobación del de Vícar o el boicot permanente a El Corte Inglés en la capital, por citar solo los conflictos de intereses con más estruendo.
Ninguno de estos centros o áreas fue nunca recibido por algunos sectores ciudadanos como elementos dinamizadores del sector del comercio; tampoco como facilitadores de servicios y alentadores del consumo y, mucho menos, como elementos que impulsaran la ciudad como capitalidad de la provincia.
La aprobación por el pleno municipal de la llegada del viejo PRYCA fue una decisión recibida ya con matizados recelos, pero donde el numantinismo alcanzó su máxima expresión ocurrió años después con el proyecto del Centro Comercial Mediterráneo.
La licencia para construir el Mediterráneo contó con el apoyo de los concejales del PSOE y PA, la abstención del PP y el voto en contra de IU. En este proceso administrativo el sainete alcanzó tal nivel de contradicción que el partido que más enarbolaba el libre comercio- el PP- alentó con su abstención, a veces de forma sutil y otra de forma más explícita, las manifestaciones de comerciantes y otros defensores del tradicionalismo almeriensista. Con estos antecedentes de coherencia no resultó extraño que uno de los concejales de IU que había encabezado la revuelta se despertara una mañana y cambiará de posición, facilitando de forma decisiva con su voto la aprobación del proyecto. Lo que motivó aquella “caída del caballo” que le hizo ver la luz nunca lo sabremos. Dejemos a los muertos descansar en paz.
Han tenido que pasar casi cuarenta años para que las áreas comerciales sean percibidas como una realidad que, a la vez que mejora la oferta que recibe el consumidor, incentiva la modernización del ya existente y dinamiza los entornos en los que se instalan. No se le pueden poner puertas al campo.
La llegada de la competencia puede contemplarse desde dos posiciones: la que clama en el desierto o la que la percibe como un incentivo para modernizase. La primera está condenada al fracaso. La segunda sitúa a quien la adopta en el camino del éxito.
Renovarse o morir, esa es la cuestión. Lo increíble es que algo tan elemental haya costado tanto asumir.
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Pedro Manuel de la Cruz