¡Pues qué! ¿Los bodegones no se deben estimar? Claro que sí, si son pintados como mi yerno los pinta… merecen estimación grandísima, pues… halló la verdadera imitación del natural, alentando los ánimos de muchos con su poderoso ejemplo”.
Así se manifiesta al final de su vida, en su tratado ‘El arte de la pintura’, el pintor Francisco Pacheco, que ha pasado a la historia, mayormente, por ser el maestro y suegro de Diego Velázquez, el más grande pintor español. Pacheco prolongó hasta principios del XVI un manierismo tosco e italianizante, un poco rancio, en plena eclosión de un barroco naturalista que seguía los ejemplos de Caravaggio. Defendió la idea -común en la época- de que la mayor importancia en la pintura reside en los cuadros de historia sagrada; las composiciones idealizadas con profusión de figuras y contenidos narrativos o moralizantes. En este contexto, el bodegón y el retrato eran vistos como géneros menores. Y en España aún más, toda vez que la pintura no se consideraba, a diferencia de Italia, un arte liberal, sino un oficio “manual” y por ello “vil, bajo y mecánico”, indigno para toda presunción de hidalguía.
Pese a todo, Pacheco descubrió desde el principio las prodigiosas dotes del discípulo y le dejó hacer un camino personal, tan alejado del suyo. Un camino en el que la observación del natural y su exacta y sincera imitación era lo más importante, como así acabaría reconociéndolo, consciente de que la pintura andaba ya por otro camino: “Yo me atengo al natural para todo; y si pudiese tenerlo delante, siempre y en todo tiempo, no sólo para las cabezas, desnudos, manos y pies, sino también para los paños y sedas, y todo lo demás, sería lo mejor. Así lo hacia Micael Angelo Caravacho… así lo hace Jusepe de Ribera… y mi yerno, que sigue este camino, también se ve la diferencia que hace a los demás, por tener siempre delante el natural”. No es de extrañar, por tanto, que el supremo arte de Velázquez se manifestara en los denostados bodegones y retratos. Bodegones, sobre todo, de su etapa sevillana, y retratos de su etapa cortesana. El reto era muy grande; demostrar la nobleza para un arte y un pintor retratista en la España del Siglo de Oro. Y pese a todo, al final de su vida, aún fuese con testimonios falsos de testigos comprados que pretendían demostrar la hidalguía de sus padres, Velázquez consiguió el hábito de Santiago por recomendación del rey y dispensa papal.
Aún hoy, después de tantas vanguardias ideológicas, sigue siendo difícil demostrar la grandeza de pintar, sin más, un modesto motivo del natural. Antonio López –que ve, y con razón, al Velázquez de Sevilla como la más genuina pintura española- ha demostrado, con su quehacer, que la emoción del natural es más válida que nunca. Con él –y otros treinta cinco pintores- estaremos toda esta próxima semana pintando del natural... bodegones y desnudos.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/26965/como-mi-yerno-los-pinta