El pez grande se come al chico, lo grande puede con lo pequeño, desde los atenienses. Lo local, que suele ser lo pequeño, nunca ha tenido fuerza para poder conservar lo que le pertenece, más allá del mar de la quietud y la tranquilidad que no se puede rapiñar; lo local nunca se merece tener, nunca se merece conservar lo que es suyo si es valioso; aunque no hay nada más universal que lo local: el Indalo.
Viene esto a cuento de que acaba de aterrizar en el Museo Arqueológico de Alicante una muestra rotulada ‘Los primeros reinos de Europa’. Algunas de estas piezas fueron halladas en la provincia de Almería y llegan procedentes del Museo Arqueológico de Bruselas tras 120 años de ausencias, tras dormir durante miles de años en el subsuelo almeriense: cerámica, ajuares, diademas, cinceles de metal, tumbas del Argar de Antas, que fueron excavadas fundamentalmente por ese zahorí de arcanos que fue Luis Siret, el padre de la arqueología moderna. Siempre pende en el aire la eterna controversia: lo que se encuentra es de quien lo encuentra o del municipio donde se encuentra. En el caso de Siret, donó casi todos sus hallazgos al Museo Arqueológico de Madrid y algo a su tierra belga. Pero parte de todos esos descubrimientos prehistóricos de los almerienses primitivos fueron posible gracias a un capataz perspicaz, natural de Antas, llamado Pedro Flores; sin escudero no hay caballero, sin Sancho no hay Quijote. Aunque Madrid alberga todo ese trabajo hercúleo del ingeniero belga y de su lugarteniente, el Museo de Almería también tiene piezas de él en su vientre, sobre todo gracias a Juan Cuadrado Ruiz, un veratense poliédrico, avispado, aficionado a la arqueología que supo mirar por Almería como pocos almerienses. Pero cuánto ha salido de Almería sin que vuelva; qué tiene Cuevas del Almanzora de Baria o de Almizaraque o de Fuente Alamo; cómo se esfumó un patio entero de un castillo velezano renacentista sin que nadie llorara; cómo un tesoro musulmán hallado en Garrucha está hoy en el Museo de don Jaime de Valencia. Nada es inocente en este tráfico de alhajas históricas y prehistóricas; por qué los hallazgos, la cultura, el botín que emerge de las entrañas de la tierra, no se queda en esa misma tierra donde germina.
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