Nadie quiere hablar del tema en público pero todos reconocen en privado que no queda otro camino posible. En un mundo en el que la globalización se ha convertido en una inevitable (y afortunada: con sus virtudes y defectos ahí está el progreso alcanzado) seña de identidad, la defensa de las actuales estructuras de gobierno municipales, diseñadas sobre elementos hoy tan inconsistentes como las hectáreas y los campanarios, no sólo ha dejado de ser útil, sino que se ha convertido en un elemento de regresión.
España no puede estar dividida en más de ocho mil municipios. La burocracia y el coste que esta estructura lleva aparejada es inasumible. No es una apreciación coyuntural motivada por la tormenta perfecta en que se ha convertido la crisis; la crisis es una circunstancia agravante, pero lo obsoleto de esta organización es estructural.
Pero si España no puede gobernarse localmente desde ocho mil municipios, tampoco es razonable que Almería esté dividida en 102 municipios, de los que casi la mitad- 50 en concreto- no superan los mil habitantes.
Ya sé que el tema es sentimentalmente difícil. La infancia convierte siempre nuestra aldea en el mundo y los paraísos soñados comienzan en la esquina que un día doblamos sin permiso. Después la vida nos enseña que, como los árboles, las raíces permanecen ancladas en la tierra que nos vio nacer mientras las ramas crecen en todas direcciones. Ya no es nuestra aldea el mundo: es el mundo el que ha acabado por convertirse en nuestra aldea.
Desde esta concepción es desde la que hay que enfrentarse con la reforma de esa multiplicidad de ayuntamientos que habrá que reorganizar con criterios de eficacia y de eficiencia.
Los ayuntamientos no pueden continuar considerándose elementos configuradores de identidades irrenunciables. Porque no lo son. Asumir esa consideración sería convertirlos en un fin en sí mismos, no en un instrumento al servicio de los ciudadanos.
Las decenas de pedanías y cortijadas con que cuentan numerosos municipios almerienses no han perdido su personalidad porque en ellas no haya existido nunca un ayuntamiento propio, un edificio con el título de Casa Consistorial.
La personalidad colectiva no viene determinada por una estructura de hormigón y ladrillos poblada de concejales. Lo que nos hace distintos, lo que nunca dejaremos de amar son las calles en las que jugamos, las fuentes en las que bebimos, el sol bajo el que nos bañamos y la sombra que nos cobijó en aquel beso impreso para siempre en la memoria.
La vida no está hecha de burocracia. Está llena de paisajes en los que un día nos sentimos felices. Esa es la clave que habrá de asumir quien quiera entender que la organización municipal debe revisarse y adaptarse al tiempo presente. Cuando se desarrolló la actual organización es posible que se diera respuesta a una realidad que así la demandaba. Ya no es así.
La progresiva despoblación de las zonas rurales, los imparables movimientos demográficos, la movilidad laboral y las nuevas tecnologías exigen nuevos criterios organizativos. No se pueden dar viejas respuestas a las nuevas preguntas.
La reducción de ayuntamientos llevará tiempo, pero se impondrá. Ya se han dado pasos entre municipios para compartir servicios favoreciendo la eficacia y reduciendo los costes; en Almería hay ejemplos y muy válidos. Las Mancomunidades son estructuras válidas sobre las que comenzar a andar por ese camino.
Un camino por el que deberán transitar PP y PSOE haciendo frente a los riesgos emocionales y a los temores electorales porque, como cantó Serrat, “no es amarga la verdad, lo que
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