Cuando El 47 llegue a Los Atochares

El plan para contribuir a radicar el problema del chabolismo es una gran noticia

Vista panorámica de invernaderos entre las viviendas en Níjar.
Vista panorámica de invernaderos entre las viviendas en Níjar. La Voz
Manuel Sánchez Villanueva
20:42 • 13 oct. 2024

Por motivos que ahora no vienen al caso, el inicio del curso 78/79 me pilló en Barcelona, concretamente en el Instituto Menéndez y Pelayo. Y mentiría como un bellaco si no reconociera que para mí aquel centro fue una verdadera liberación.



Mi experiencia educativa pasaba por colegios religiosos de una pequeña ciudad durante el tardofranquismo y, aunque tengo mucho que agradecerles, también hay cosillas que anotar en el debe, por lo que podemos dejar el saldo final en un aprobado. Sin embargo, las cortas estancias veraniegas en Eastbourne donde conocí a gente con otro bagaje educativo me hacían ver que había formas alternativas de relacionarse con el mundo.



El Menéndez y Pelayo fue la respuesta. Allí pude vivir la efervescencia de un sistema educativo que se abría a la sociedad y en el que tuve el privilegio de participar. Ahora bien, en toda aquella movida había una barrera que nunca fui capaz de traspasar. Porque, para gran parte de mis compañeros, aunque yo fuera un charnego “presentable” que vivía en Aribau, no dejaba nunca de ser un tío de Almería que no hablaba catalán.  De hecho, de todas las ciudades en las que he vivido, Barcelona es la única en la que nunca me sentí del todo integrado, salvo en aquellas ocasiones en las que visitábamos a la familia en Badalona.



Quizás por ese motivo, cuando fuimos a ver la película El 47, esa fue una de las ideas que se me quedó. La otra es el hecho patético de que las cadenas, distribuidoras o quien realmente controle el cine comercial, relegue al  español a horarios imposibles. 



Lo cierto es que, tras visionar la cinta, constaté que no había mucha diferencia de fondo entre la situación que vivían los emigrantes andaluces y extremeños amontonados en el extrarradio de la Barcelona que yo conocí en persona, con la de los inmigrantes que pueblan el entorno de nuestras principales centros económicos.



Visto con frialdad, el guion de ambas películas es muy parecido. Una serie de familias, absolutamente necesarias para el proceso productivo, se amontonan en viviendas de mala calidad por falta de oferta adecuada a sus necesidades, con deficiencia en los servicios básicos, ninguneo de las autoridades, problemas de integración cultural especialmente por barrera idiomática y graves problemas de transporte. Sin embargo, lo que quizás más llama la atención cuando comparamos ambos casos es que, pasados cincuenta años, sigan siendo instituciones benéficas, sobre todo religiosas, las que han intentado paliar esta situación ante la clara ausencia del Estado.



Tanto es así, que si al protagonista real de la película El 47 unos hipotéticos guionistas le cambiaran el nombre de Manolo por el de Mohammed o Jonathan y de paso modificaran la localización del barrio barcelonés de Torre Baró a cualquier pedanía almeriense, la historia seguiría encajando perfectamente, con la diferencia de que, al día de hoy, en Almería carecemos de un movimiento vecinal o social como el que tenía la ciudad condal en  1978.



Ahora bien, recientemente se nos ha bombardeado con informaciones relativas a que El Ayuntamiento de Níjar, en colaboración con la Junta de Andalucía son “todo un ejemplo” (cito textualmente) para solucionar este problema que, al menos la semana pasada, todavía seguía de plena vigencia. Sin duda alguna, el lanzamiento de un plan para contribuir a radicar el problema del chabolismo es  una gran noticia para todos que honra a sus promotores y por ello hay que congratularse, pero me permitirán los lectores que, seguramente por el tiempo que lleva uno en la carretera,  me reserve unos cuantos años de perspectiva histórica antes de regalar el calificativo de “hito” a unas medidas que todavía están por implantar. 


Muy especialmente porque no consigo explicarme los motivos por los que se ha reservado la figura legítima del interés público para atender el caprichito de unos señores bien,  empeñados en construir un tercer establecimiento  en uno de los pocos espacios naturales bien conservados del Mediterráneo occidental rodeado de exceso de oferta hotelera y no para atender a  miles de familias que contribuyen significativamente al bienestar general.


Sinceramente, no sabría explicárselo a mis nietos si me preguntaran  en un posible futuro,  tras ver una hipotética  versión almeriense de El 47 rodada por una futura directora que hoy corretea por Los Atochares.


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