Cuando en la madrugada tardía del miércoles 29 de marzo de 1939 salió a las calles de la capital el primer ejemplar de lo que hoy es La Voz de Almería, nadie pudo pensar que aquellas apresuradas páginas iban a ser, 85 años después, más jóvenes y más fuertes que nunca.
La Almería de entonces era una geografía destruida por la guerra y devastada por la miseria. La desesperanza se había instalado en el alma de una provincia a la que la geografía y el clima habían condenado a sobrevivir en el permanente castigo del olvido y la pobreza.
Han pasado 85 años desde entonces y de aquel paisaje de grisura en el que la victoria y la derrota compartieron las lágrimas de la impiedad y la crueldad- en una guerra no hay vencedores, solo hay víctimas-, de aquella geografía de silencio y hambre solo queda el recuerdo hecho tinta en las páginas ocres de este periódico.
Cuando me preguntan dónde se esconde la clave de bóveda en la que se sustenta el liderazgo de la Voz, siempre encuentro la misma respuesta: nada humano nos ha sido ajeno.
El éxito de La Voz está en que nunca ha caído en el delirante abismo de pretender ser algo más que un periódico provincial.
Recuerdo que en la madrugada de mi nombramiento como director busqué, como siempre que me asalta el desasosiego de la incerteza, refugio en los eternos clásicos modernos.
Con apenas treinta años, dirigir el periódico de la provincia era alcanzar la cima de una montaña atractiva, pero inquietante por la cercanía del abismo. Por eso busqué refugio en la poesía. Leí a Santa Teresa y a Miguel Hernández, otro santo, aunque éste laico. De la fundadora de las Carmelitas Descalzas me reafirmé en que, ante cualquier reto, nada debe turbarte, ni nada espantarte. Del poeta pastor de Orihuela, que en las ciudades pequeñas y en los pueblos la vida es por menor y hormiga, muerte, cariño, pena; que la basura está en las calles y no en los corazones, que nace un niño, y entera la madre a todo el mundo del contorno. Que la vida está en las esquinas de las calles que transitamos y en las cosas que nos confortan y nos hacen felices.
La Voz nunca ha tenido la pretensión de cambiar el mundo. Nos conformamos tan solo con difundir el talento de los que han cambiado y cambian cada día la provincia. Difundir el talento. Y alentarlo.
Durante sus primeros 85 años, La Voz ha sido río en lugar de ser laguna y ha sido lluvia en lugar de ver llover. Un mar de páginas, y ahora de pantallas también, en las que, además de lo que pasa, reflejamos también lo que Nos pasa. Los ciudadanos no son espectadores de lo que hacen las instituciones o los colectivos sociales, son protagonistas. Para un periódico local como el nuestro- o mejor, como el vuestro- todo es importante: desde el niño que nace- ¡cuantos miles de almerienses han leído y leen su nombre, en el pie de la foto que anunciaba su nacimiento- hasta la reivindicación contundente de agua, carreteras o trenes; desde la satisfacción compartida por el éxito de una empresa, de una investigación o de un logro académico, hasta la tristeza por aquellos que nos dijeron adiós. Toda Almería, desde Adra hasta María, desde Pulpí hasta Bayarcal encuentra sitio, acomodo y afecto en este espacio compartido que es La Voz.
Liderado por la filosofía de José Luis Martínez, editor del periódico, navarro de nacimiento, almeriense de vocación y asceta de convicción, la línea editorial de La Voz nunca se ha situado en la trinchera de la ideología que reduce y excluye y excluye a quienes no la comparten, sino en las amplias alamedas de las ideas que enriquecen. Una filosofía imprescindible para hacer información de calidad.
Porque el periodismo de calidad es nuestro único objetivo. Un periodismo de calidad en el que cada día los almerienses se reconozcan y se rencuentren. Un espejo en el que mirarnos. Una mirada limpia en la que podamos reconfortarnos con lo que hemos alcanzado y encontrarnos para abordar los inmensos, pero también apasionantes retos que quedan por lograr.
Durante más de ocho décadas este periódico ha sido la voz que ha vertebrado una provincia marcada por una orografía cruel que convertía a los ciudadanos de sus pueblos en habitantes de territorios inalcanzables.
Cantaba Carlos Gardel que veinte años no es nada. Tampoco 85. Sobre todo porque en sus próximos 85 años este periódico continuará siendo un clásico moderno. Un espacio en el que nunca habitará el olvido de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que seremos. Y esa es la mayor grandeza de este periódico: recoger y reflejar la vida. Nada más. Pero también nada menos.
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