Este acto es una pura metáfora, en espera de un alba generosa en el alma despierta de los seres; en el incendio creativo del verso, en el vivo esplendor que todos deseamos para la cultura, para el calor íntimo de las gentes y para esta Alcazaba, por cuyo espacio encantado fluyen los más altos espíritus, nuestra historia, la vibración aérea de la palabra.
Entramos, en este despertar, por el jardín del tiempo, en los versos que abrieron sus corolas, ávidos de vuelo y de hermosura, hace novecientos años. En este mismo espacio, de atalayas y flores, fluían los cantos como aguas deslumbrantes. El rey no entendía de estrategias militares.
¡Qué pésimo político, qué excelente poeta!, ¡qué humana sensación de fecundidad, de finura exquisita, de paz alimentada!, ¡qué solidario ejemplo para cuantos acudían a él llevando el ramo solar de su sinceridad y de su inteligencia!
Por el agua lo vimos. Puso una fuente pública para acallar el paso del desierto. Hizo girar la noria para elevar el agua a lo más alto. Tembló cuando, por fin, el agua, se dejó en la Alcazaba su piel de luces para huir, como una sierpe. Le vimos descubrir la poesía más brillante, bajar al pozo de la hondura o la pena de sus cantores protegidos. Pasa las tardes volando sus palomas, sus espíritus (siguen ahí, por el cielo más limpio de La Almedina y de La Chanca, bellas en el más aire, con las alas de fuego). Desde su lecho domina la ciudad. Mira y se enjoya con la mar que amanece. Escucha a un poeta, absorto y ennoblecido con sus versos: le obsequia tierras y un caserío en Berja. Es Ibn Saraf, hijo de aquel que vino huyendo desde Kairouan, la ciudad santa de Túnez. Los telares marcan el ritmo de la ciudad; hilo del corazón entretejiéndose.
Los dos reyes poetas, Al-Mu´tasim y Al-Mu´tamid de Sevilla, se encuentran en Vera o Sorbas en 1082. Les funde en amistad su amor por la cultura, su pasión por el verso. Les hiere más una palabra que cien batallas.
El monarca del Guadalquivir le dijo a nuestro soñador: “Conseguiste los méritos de la naturaleza y después/ la elegancia del habla; como la unión de copa y cuerda”. Me levanto de madrugada (en el primer Amanecer) y encuentro frente a mi casa, por donde bajaba la muralla árabe, de San Cristóbal a la Puerta Purchena, una pequeñísima estrella de luz intensa. Me quedo cogido a su llama vivísima y real.
Permanezco indefinidamente contemplándola. La veo ahí, frente a mis ojos transportados en el tiempo. Es el aliento continuo del poeta/rey y de su corte de cantores llegados de todos los países. Su hoguera universal abre los brazos –entrega, claridad, paz derramada, amor y tacto delicado para todos nosotros, como un espléndido palmito, mano abierta de luz.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/28604/con-al-mutasim-en-el-primer-amanecer