En lo que al deporte se refiere, la memoria colectiva de los que ahora cumplimos dos veces veinte pasa de forma inexorable por momentos que, en la mayoría de casos, no celebraban victorias sino el esfuerzo de un país que escaso de triunfos soñaba con estar cerca de la gloria.
Tras el fracaso del Mundial de Naranjito llegaron el 12-1 a Malta, los goles del Buitre a Dinamarca, las gestas de Casal ante Becker en esa Copa Davis que nunca conseguíamos ganar o Abascal cogiendo la estela a Sebastián Coe y ganando el bronce en 1500 en las Olimpiadas en las que Corbalán y sus muchachos rozaron el Oro.
También los hubo malos. Probablemente más. La caída de Blanca Fernández Ochoa cuando marcaba el mejor tiempo en Calgary’88, el ‘no-gol’ de Míchel a Brasil, el penalti de Eloy o el fallo de Arconada.
Pero un día todo eso cambió. De repente, los fallos se convirtieron en aciertos y las gloriosas derrotas en épicos triunfos.
Me atrevo a situar un punto de inflexión en aquel demarraje de Perico subiendo los Alpes y que consiguió que el amarillo pasara de mano en mano española durante años. Luego llegaron los chicos de ‘la Armada’ y empezaron a ganar en la tierra parisina. En ‘Rolanga’ hace años que sólo se habla español.
O Fernando Alonso. Aquel niño que ganó el mundial de un deporte en el que lo más cerca que estuvimos fue cuando Adrián Campos se dio unas cuantas vueltas en un ‘Lois Minardi’.
Y Gasol. El gigante que hizo mayor al baloncesto patrio entrando por la puerta grande en aquellos partidos NBA que nos narraba Ramón Trecet en las madrugadas de la 2 y en los que Fernando Martin jugaba Cerca de las Estrellas.
Una curva de éxitos que también llegó a la Roja, que transformó la Furia en Tiki-Taca para ganar la Triple Corona del fútbol mundial. Algo impensable después de fracasos y maldiciones.
Esto me hace reflexionar sobre la suerte que tenemos y la incertidumbre del tiempo que durará. Todo esto tendrá un final inesperado en el que los balones volverán a irse por encima del larguero, en el que un diploma olímpico será la gloria o en que la bola de partido se quede en la red. Abracemos el carpe diem, pero no nos alejemos de la realidad de aquellos que cada día luchan por ser los primeros y que tal vez nunca estén en lo alto del podio.
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