Mística minera

Mística minera

Raúl Quinto
20:31 • 12 jul. 2012

La crisis, el hartazgo y unas políticas de ajustes esencialmente injustas están generando un alto malestar social. Hay protestas en diferentes sectores, más o menos visibles: educación, sanidad, parados, funcionarios, indignados, etc. 


Precisamente el espíritu quincemayista, con su apuesta por la desobediencia pacífica, y la tradicional y aburrida protesta sindical son la tónica general de estas movilizaciones.  Muchas pero desunidas. 


Casi se puede decir que se ha  normalizado la protesta, se ha filtrado en la cotidianidad y, por eso, corre el peligro de ser menos efectiva. Puede ser. El caso es que en este hervidero hay un conflicto que emerge por encima del resto: el de la minería. Y lo hace porque sus métodos, viejos y contundentes, suponen un paso más, un paso fuerte. 




Y a muchos les embriaga la estética de los pasamontañas y las barricadas ardiendo en el asfalto. Tiene lógica. Los mineros, junto a los trabajadores de los astilleros, son de los pocos colectivos que conservan una solidaridad combativa que parece de otro tiempo. A los demás esta contundencia nos suena casi a mito, nos han ido disolviendo, amortiguando, en lo que se conoce como paz social: objetivamente uno de los mayores triunfos del  sistema de la transición. El mismo sistema que se está desmoronando ante nuestros ojos.


Los mineros resisten. Lo intentan con fuerza. Defienden su pan.  Para muchos medios se trata solamente de un problema de orden público. Violencia injustificada que hay que reprimir por el bien de la mayoría. Pero no atienden a la base del problema, al por qué de las barricadas: pueblos enteros se están quedando sin futuro. Lo anormal sería aceptar el expolio sin defenderse, y justo eso es lo que parece que sucede más allá de las cuencas mineras.




Por eso seducen. Porque ellos sí.


Ellos se arriesgan y luchan en el sentido estricto de la palabra. La protesta debe generar perturbación sino no sirve, si el que protesta no molesta  su protesta es inocua y no será atendida.  Los que están colmados de mística minera ven esto: ellos han comprendido que hay que ser duro, impenitente, radicalmente solidario. Llamémosle mística, o nostalgia. O rabia latente.  Como sea.




El problema de la minería es otro. El carbón español no es rentable, ni en términos económicos ni  ecológicos. Sobrevive gracias a las ayudas que ahora se eliminan, el carbón que se consume en España suele venir de fuera. La UE ha puesto 2018 como punto final. En los últimos tiempos cayeron muchos millones para facilitar la transición a otro modelo productivo. No se ha hecho gran cosa. La lógica del capitalismo y de los recortes dice que si no es rentable se cierra. La ecologista dice que hay que empezar a prescindir ya de los combustibles fósiles, por contaminantes y por finitos. De acuerdo. Pero no se trata de la minería, se trata de los mineros.


Son  comarcas enteras. Luchando mientras el Gobierno hace oídos sordos, espoleado por otra mística, la liberal, con la Thatcher como santa patrona (que ganó su encarnizada lucha con los mineros británicos sin ceder), tanto que incluso han expulsado del PP al senador que rompió la disciplina de voto en este tema. Así son. Pero la pelea sigue, es demasiado lo que está en juego para muchos.


Ellos lo tienen claro. Saben que no hay otra. O eso o regalar su futuro. Qué menos que no agachar la cabeza, piensan muchos, envueltos por el perfume de la mística minera. Qué pena que no sintamos la soga al cuello como ellos para reclamar lo que es nuestro como en Asturias. Eso dicen. 


En un país con cinco millones de parados, más


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