La política, como la vida, está llena de paradojas; de situaciones contradictorias; de aparentes sinsentidos que hacen que las cosas sean como son y no como deben ser. De otra forma no puede entenderse que el PSOE que perdió las elecciones pero ganó el poder, saliera dividido de su congreso regional, y que el PP, que las ganó pero no llegó al gobierno, cerrara ayer el suyo con una unanimidad casi absoluta.
Existe una regla física no escrita según la cual el mayor elemento de cohesión, la mayor fuerza centrípeta capaz de atraer a elementos dispares es el poder. El poder de quien firma un boletín oficial es tan ensordecedor que la discrepancia queda reducida a un susurro. Pero, como toda regla que se precie, tiene sus excepciones que la confirman y, en el caso que nos ocupa, estas excepciones tienen como sustancia el rencor en el PSOE y el dirigismo piramidal en el PP. Sólo así puede entenderse- y explicarse y comprenderse- la paradoja de que los triunfadores acaben divididos y los derrotados unidos.
Los populares vivirán a partir de ahora un proceso de orfandad, un sentimiento de duelo que sólo podrán cubrir asumiendo que el futuro no es lo que esperaban.
La marcha de Arenas y la llegada de Zoido- más la primera que la segunda- es de calado tan profundo que apostar por que todo seguirá igual es una posición que nadie defiende. La sombra de Arenas va a ser muy alargada (su influencia, también), pero el PP se enfrenta a un proceso de renovación en el que el cambio de nombres será sustituido por la modificación de estrategias.
No será un cambio radical (¿por qué habría que hacerlo si el PP de Arenas ha ganado las tres últimas consultas electorales en Andalucía?), pero sí verá abocado a una profundización en la estrategia diseñada por Arenas en los últimos años.
El PP debe entender que en la batalla ideológica, una posición tradicionalista le sitúa, con respecto a la izquierda, en una manifiesta (y manifestada: ahí están las elecciones de los últimos treinta años) inferioridad. En la tierra de María Santísima los esquemas tradicionales de la derecha más conservadora no han encontrado nunca un espacio electoral capaz de derrotar a la izquierda.
Arenas lo entendió bien. Tan bien como Griñán. Por eso el primero intentaba un día sí y otro también llevar los argumentos de su alternativa a la tierra prometida de una gestión más eficaz, mientras que el segundo buscaba la trinchera ideológica para atacar los flancos débiles de su rival.
El discurso del PP en Castilla León no puede ser el mismo que el de Andalucía. El relativismo de sur es una filosofía que trasciende las siglas de partido.
Oponerse a la investigación con células madre, anatemizar el matrimonio homosexual, sacralizar la casulla de un obispo, envolverse en la bandera como en un sudario o mantener una actitud indiferente (cuando no hostil) con quienes buscan a sus muertos en las cunetas puede tener aceptación en una aldea perdida de Zamora, pero en una tierra donde el tiempo tiene una dimensión distinta, en un territorio acostumbrado a acabar seduciendo a quienes llegaban hasta él con la soberbia de los conquistadores; a unos tipos habituados a la sutileza de la duda no se le puede conquistar con dogmas ideológicos.
El PP tiene que entenderlo así- y así lo entendió Arenas, pero no todos sus militantes fueron capaces de transmitirlo- si no quiere volver a caer en los errores que le llevaron a la victoria pero no al triunfo.
El PP que salió ayer de Granada tendrá que desarrollar discursos pega
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