Esto es ya de Hermanos Marx en el Oeste. Ayer hablaron de ochenta manifestaciones, o sea, casi todo el país de pie protestando con la pancarta, con el grito salvaje, con la carretera cortada. Es demasiado. Un colectivo Groucho Marx, subido sobre el tren, despedazando vagones y echando leña a la máquina hasta llegar a la estación perdida. Da miedo hablar de patriotismo porque la palabra ha estado hipotecada durante muchos años por los “nacionales” de Franco, pero si damos en gritar y echarnos la culpa unos a otros aquí no hay quien se entienda. Si habla mal de España es español.
Yo he defendido aquí mil veces que el muerto no puede ser fruto solo de Zapatero. No, porque entonces todo se hubiera arreglado en siete meses con solo hacer desaparecer el socialismo de la Moncloa. El electorado ya lo hizo. El mal que dejó inservible y obsoleto el programa electoral del PP era mucho más hondo y llegaba de más lejos. Ahora vemos que estamos al borde del precipicio. Algunos han sugerido que podríamos vender el Museo del Prado para hacer al algún dinerillo y así detener un poco la prima de riesgo. Hasta los de la ceja que mostraron su desamor a Zapatero han vuelto otra vez a aparecer. Pobre cultura de España, claro que peor es esconderse a esperar que escampe.
Vamos a ver si recobramos el sentido común que es lo más escaso hoy día. El Gobierno, metido en el fangal, no tiene arrestos para dialogar con los que verdaderamente están pagando la crisis. Le asiste la idea, no corroborada por los hechos hasta el momento, de que por este camino vamos bien. Tal vez lleguemos a la estación perdida ya sin máquina. Y no digan más que a la izquierda no le montaron algazaras callejeras que también sufrió huelgas generales. Con echarnos las culpas unos a otros, los mercados toman nota. No se fían de los socialistas, pero tampoco del centro reformista.
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