Oigo el clamor de las manifestaciones independentistas en Barcelona, pero sobre el flamear de las banderas y las proclamas se eleva el tintineo de la caja registradora de ese independentismo formal que ha acabado siendo el "negosi" de muchos catalanes. Como me produce una infinita pereza entrar en el debate sobre la mitología prefabricada en la que se apoyan las bases presuntamente históricas del invento, me limitaré a señalar que, al margen de la cantidad de abanderados y el brío de las corales, todo este numerito se sostiene sobre incongruencias que, por sangrantes, acaban siendo hasta divertidas. De entrada, porque no es serio querer independizarse de un país al que se le está pidiendo dinero para poder pagar las nóminas al final de mes.
Ese simple detalle basta para retratar el nivel de sobreactuación con el que los convocantes de la manifestación interpretan ese permanente doble juego de estar en misa pasando el platillo y en el campanario repicando contra el cura. Pero lo que pone ya el remate del descaro es la notoria presencia de directivos y jugadores del FC Barcelona en semejante butifarrada. ¿Acaso no saben que independizarse de España, y por tanto de la Unión Europea, sacaría a este club -que es más que un club- de la Liga y de la Champions? Pues nada hombre, a jugar contra el Arenys de Munt, que eso es un taquillazo seguro y las televisiones lo pagarían fenomenal. En fin, que lo que mola es ser independentista, porque ser independiente es un fastidio. Y además, sale carísimo. Por eso, como cada año, toca hacer caja con el cuento del "oye, que nos vamos". Señor, qué paciencia.
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