Sánchez Gordillo es listo Gabriel Amat es listo e inteligente

Sánchez Gordillo es listo Gabriel Amat es listo e inteligente

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 16 sept. 2012

La gira de verano iniciada en Jaén por el parlamentario de Izquierda Unida terminó esta semana en Almería; después de vivir los grandes momentos mediáticos del asalto a Mercadona y de la ocupación bancaria, era más que previsible que buscara entre El Ejido, Roquetas y la capital el mejor escenario para su última actuación.


Un tipo tan experimentado en la escenificación revolucionaria como Gordillo (que, al final, no vino) sabe que la reiteración provoca cansancio y la monotonía hastío. La estrategia de la tensión es la meta a alcanzar, un punto de llegada imposible si antes no se ha sustentado en la táctica de la provocación.


Por eso no sorprendió que el dirigente del SAT solicitara a Gabriel Amat un lugar para descansar la noche de miércoles, víspera de su entrada triunfal en la Santa Clara de bolsillo de la capital al día siguiente. Gordillo podía haber elegido Vícar (un lugar más equidistante entre El Ejido y Almería) para terminar su primera etapa almeriense, pero no lo hizo. ¿Por qué? Porque sabía que Antonio Bonilla no iba a caer en la trampa de negárselo.




Lo que no sabía era que Gabriel Amat huiría de su provocación con distinta ideología pero a la misma velocidad que Bonilla y tampoco se lo iba a negar; bueno es Gabriel Amat para las trampas: tuvieron a su disposición todas las comodidades del Pabellón de Deportes Infanta Cristina.


 Si una peregrinación de Adventistas del Séptimo Día (que quieren cambiar el mundo) se lo hubiera pedido, también se lo hubiese dejado, ¿Por qué negárselo entonces  a un centenar de peregrinos del SAT (que también quieren cambiarlo)? 




Un presidente provincial del PP, alcalde y  presidente de la Diputación, dejando a la intemperie a decenas de trabajadores era una pieza segura para lograr el titular victimista de esa noche en los informativos y justificar, así, los focos que les iluminarían la entrada en cualquier otra dependencia municipal haciendo saltar los cerrojos contrarrevolucionarios de la incomprensión y los candados de la intolerancia para ganarse las portadas del día siguiente.


Para los profesionales de la revolución (o del nacionalismo) no hay mejor dinamita que la confrontación. En el territorio primario de las emociones es donde mayor comodidad encuentran. Necesitan que el antagonista buscado se ponga a su misma altura y saben-bien que saben: son muchos años de experiencia-, que, cuando lo logran, ya han alcanzado su objetivo. Cuando no hay puerta que derribar porque está abierta, la trinchera imaginada desaparece, el enemigo deja de existir y la heroicidad es imposible. 




La imagen de Amat y Gordillo polemizando en público por una ocupación ilegal hubiera dado la vuelta a los telediarios y habría disparado el fanatismo barato de las redes sociales. El cohete estaba preparado: sólo hacía falta que la torpeza encendiera su mecha para que el estruendo se hubiera consumado.


Pero Amat no embiste, piensa. Podrá estarse de acuerdo o no con sus postulados, pero lo que nadie le niega es su capacidad para burlar las situaciones perversas.


Ahora que la lucha de clases se ha diluido en la lírica postrevolucionaria (“Guerra entre clases, paz entre pueblos” escribió hace meses un poeta del spray en el barrio de más clase media de la capital), ahora que nadie quiere asaltar los palacios de Invierno o subir a los púlpitos,  cada día son menos los que, a uno u otro lado de la trinchera, militan en las cofradías del fanatismo.


La marcha de Gordillo, que comenzó en el ferrogosto informativo de Jaén con estruendo, finaliz&o


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