A medida que el discurso del pseodoindependentismo catalán salta de las pancartas a los libros de cuentas, los clamores, los himnos y las banderías decrecen ante el tintineo de la caja registradora. Triste, pero cierto.
El primero en desmarcarse de la desnudez fría y sin paliativos de la ruptura nacional fue el quimérico presidente de ese club que alardea de ser algo más que un club, Sandro Rosell, que quiere ser independiente de España porque no se siente español, pero quiere que el Barcelona FC siga jugando en la Liga de Fútbol de España. Somos catalanes y nada más que catalanes, pero pasamos de jugar en Cataluña. Es decir, que se quiere la catalanidad de lunes a viernes para recuperar la españolidad los fines de semana y poder cobrar así en ese casposo y atrasado país extranjero. Ya digo que más que un club, eso es una farsa. El siguiente en descubrir las ventajas del independentismo a la carta ha sido el alcalde de Talarn, (Lérida) Lluís Oliva, que se ha mostrado contrario al cierre de la Academia de Suboficiales que el Ejército Español (la potencia invasora) tiene en su municipio. Es decir, que no queremos a España y menos a sus soldados y a su fastidiosa manía de dar vivas a España y a izar su bandera, pero sí que nos gusta el dinero que esos militares se dejan en la comarca. Entonces ¿qué está antes? ¿la Patria o la caja? Habrá quien vea en estas actitudes nada más que sentido común, pero desde el punto de vista patriótico es un feo delito de colaboracionismo. Son los nuevos "botiflers", que es el término despectivo que en catalán servía, y sirve, para motejar a los partidarios del Rey de España.
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