Disculpen que salga a la pizarra, pero no creo que el deseable objetivo de una mejor educación pública se consiga faltando a clase. Y mucho menos instando a los padres a que pongan en huelga a sus hijos. Dicho esto, quedo a disposición de todos los que se quejan de los desgarros y recortes educativos para que me pongan a parir, ya que ellos consideran que esta nueva huelga no sólo es justa, sino necesaria.
Verán: puedo compartir el malestar de los profesores a los que se recorta el sueldo, modifica el horario o cambian su número de alumnos. Puedo entender, además, el cabreo monumental del maestro o la maestra que vea peligrar su puesto de trabajo o el mosqueo de los padres que comprueban que la falta de ayudas acaba pesando sobre sus bolsillos.
Ahora bien, lo que todo el mundo compartirá también es la estadística de pésimos resultados del sistema educativo actual, que viene situando a los alumnos españoles entre los peores de nuestro entorno, con unos niveles de formación absolutamente insuficientes y escasamente competitivos.
Eso no lo digo yo, lo dicen todas las encuestas que se realizan periódicamente. Y del mismo modo que no es de recibo que se reforme el sistema cada cuatro años, dependiendo del Gobierno de turno, supongo que no parecerá descabellado intentar hacer algo para frenar la espiral de fracaso en la educación pública en España. No preguntaré de dónde han salido -eso está claro- sino dónde han estado estos últimos años las organizaciones que convocan estas huelgas. Pues no se sabe, pero antes no parecían tan preocupadas por hacer política como ahora.
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