La experiencia enseña que las personas, como los mandamientos, se dividen en dos: Los que ante un problema buscan la solución y los que ante una solución buscan el problema. Basta mirar alrededor para comprobar que esta calificación es más rigurosa que la que nos sitúa a uno u otro lado de la ideología, la religión, el estatus social o cualquier otra condición: aquella es una actitud vital, estas no pasan de ser circunstancias modificables por el paso y el peso del tiempo.
Frente a aquellos que elogian la coherencia de quien llevan treinta años pensando lo mismo, contrapongo el argumento de que, no es que piensen lo mismo, es que llevan treinta años sin pensar nada. La vida (y la forma de mirarla y de vivirla y de comprenderla) fluye cada día y lo que ayer nos parecía inmutable hoy ocupa su espacio en el contenedor donde depositamos lo desechable. El viento de la realidad convierte en arena los castillos que un día creímos fortalezas inexpugnables. Si del amor al odio solo hay un paso, ¿qué distancia habrá entre una posición política y otra matizadamente distinta?
El interrogante surge porque es difícil explicar la obsesión de quienes nos dirigen en enfatizar permanentemente lo que les separa y acallar lo que les une. La polvareda del tren de Alquife es el último episodio: si todos estaban y están de acuerdo en que el mineral no volverá a llegar nunca en superficie, ¿a qué vino la polémica?
Pero si miramos hacia atrás sin ira pero con memoria encontraremos otros episodios similares como la A 92 que no supimos reivindicar juntos y a tiempo; el trasvase del Negratín; El Toyo y el 2005 (nunca sabremos cuántos desencantados dejó su éxito en aquellos que piensan que en Almería nunca se hace nada bien); el hospital materno infantil; la autovía con Málaga; la facultad de Medicina (en la que nunca nadie creyó, solo Ortega Viñolo); las obras del AVE… y así hasta poner fin a una lista de proyectos en los que todos han acabado estando de acuerdo, pero a los que todos le buscaron el problema cuando el gobierno que los proponía como solución no era de su tribu política.
Hoy nadie discute que el trasvase fue un éxito (aún mayor si alguna actuación, como la desaladora de Cuevas, no se hubiese levantado en zona inundable); que el 2005 fueron los mejores Juegos Mediterráneos de la historia; que la alta velocidad nos conducirá hacia el futuro; o que la autovía con Málaga hubiese visto reducido su retraso si unos y otros se hubieran puesto a la faena de exigirla y no a jugar a quien tiene la culpa de su historia interminable.
Pero siempre es tiempo de aprender. Vienen años difíciles y los posicionamientos forzadamente radicalizados están condenados al fracaso. Salvo los hooligans de una u otra tribu, la mayoría de los ciudadanos valorarían positivamente que populares y socialistas se pusiesen de acuerdo en aquellas cuestiones básicas en las que nos estamos jugando el futuro. Como canta Serrat hay cosas que ni se dicen, ni se hacen, ni se tocan. Dejemos ya de joder con la pelota de los problemas y pongámonos todos a la tarea de las soluciones. Los ciudadanos y los medios de comunicación también.
Las obras del AVE, la autovía con Málaga y el hospital materno infantil son tres aspiraciones irrenunciables sobre las que los dos grandes partidos deberían firmar un pacto de colaboración partidista. ¿Cómo? Haciendo un frente común y no perdiendo energías en cuestiones que sólo distraen. La lejanía de procesos electorales facilita el acuerdo de reivindicar celeridad en estos tres proyectos de forma unánime
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