En algo tenía que notarse la proximidad navideña. En Almeria cae estos días como una aurora roja de pascueros por plazas y parterres. Es como un perdón vegetal que los ayuntamientos dispensan tal vez para compensar los malos tragos del año. Quienes escribimos diariamente tal vez hayamos abusado de la tinta negra para hablar de un montón de calamidades derivadas de los desórdenes del sistema. Quizá necesitemos un descanso. El pascuero en cambio nos ilumina la vida. Ahora mismo la prensa viene llena de robos en Abrucena y de corrupciones por todas partes que no cesan. Sin embargo la estrella de Belén, o el supernova, comienza a hacernos a todos un poquito mejores. Desde el principio de adviento vemos el mundo como el balcón de la noche de reyes. Las familias se juntarán para celebrarlo. Por las calles sonarán villancicos con o sin el asno y la mula ¿qué más da? No entiendo cómo la iglesia católica que tanto vive de la tradición ha querido romper esta costumbre de los animales en la cueva, rasgo franciscano bien asumido por generaciones y generaciones. Pero, en fin, esto no tiene importancia. Lo decisivo es el clima de bondad que, naciendo de los pascueros, llega al fondo de los corazones. Por ejemplo: La Universidad donará la cantidad retraída de los sueldos de los profesores y personal administrativo con motivo de su participación en el huelga del l4-N a un banco de alimentos. Y así podríamos aumentar la lista de actos bondadosos que incendian la Navidad. Es el recuerdo, consciente o no, de que en este tiempo todos queremos parecernos a los pastores, aunque durante el año todos seamos un poco lobos esteparios. Cuidado, pues, con los pascueros, algo se siente en el alma cuando un pascuero desaparece.
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