La navidad entendida como negocio se adelanta dos meses antes de su tiempo litúrgico. A esta universal feria del consumo le acompaña una explosión de publicidad como no podía ser menos dentro del sistema capitalista donde la oferta es anterior a la demanda. La malhadada crisis ha puesto algo en sordina el éxito del mercado, pero por eso mismo la publicidad afina cada día más sus poderosas antenas. Así como los periodistas parados dicen que sin periodismo no hay democracia, sin publicidad, podríamos añadir nosotros, tampoco hay información. He aquí, pues, una de esas contradicciones metodológicas que desde hace años me atormenta. Y es ver a los tertulianos quejarse de los excesos falaces de la publicidad al tiempo que necesitan de la misma para poder cobrar. De este modo, una vez terminada su soflama, llega el conductor del programa y les ruega por favor que callen unos minutos para dar paso a los anuncios. Se abre así un espacio en donde nos empapan bien de lo bueno que resulta el jamón ibérico aunque sea falso. La crisis nos ha descubierto algo especial y es la no diferencia entre información y publicidad. Si ustedes recuerdan otros tiempos, incluso dentro del franquismo, a las notas abiertamente publicitarias se les colocaba al final del texto la palabra “remitido”. De este modo el lector distinguía si le estaban vendiendo algo bajo la máscara encubierta de una notición. Hoy esto ya no se hace. Las empresas periodísticas están despidiendo a la gente y como la crisis trae pérdidas tampoco se andan demasiado respetuosas con la deontología. Hasta las emisoras hacen ahora sus programas más populares en las sedes de algunas empresas. ¿Y qué decir del periodista que escribe poniendo por las nubes a su propio negocio?
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