Uno de los atributos de la inteligencia es la capacidad de argumentar la discrepancia desde la serenidad y el sosiego. No por mucho gritar o por exacerbar el tono se tiene más razón o se merece más reconocimiento público. Me gustaría establecer estas premisas antes de referirme al penoso incidente sucedido en el Congreso de los Diputados hace unos días cuando un grupo de invitados por partidos de izquierda, sindicatos y plataformas ciudadanas comenzaron a gritar e insultar a los parlamentarios populares llamándoles “asesinos”, “cabrones” y otras lindezas. El numerito tuvo lugar durante el debate sobre la tramitación de la iniciativa sobre los desahucios, aunque no es la primera vez que nuestro Parlamento se convierte en caja de resonancia de esa doctrina imperante en determinados ambientes que consiste en emplear la berrea como doctrina y el insulto como vehículo de expresión. Y claro, cuando uno ve al personal que grita y monta esos escándalos no puede dejar de preguntarse con cierta alarma si esas personas se sienten más legitimadas que las que están sentadas debajo y hacia dónde nos conducen esos modelos de comportamiento, tan irresponsablemente alentados por grupos parlamentarios con inevitable vocación escenográfica y por determinados medios de comunicación fascinados por las coreografías pancarteras. Las necesarias reformas que han de acometerse en España (la del sector hipotecario una de las más urgentes) no pueden desarrollarse en un permanente escenario de agitación y crispación dentro y fuera de las sedes parlamentarias. El Congreso no es un escenario para el botellón expresivo, por razonables que puedan parecer los motivos de la queja, porque perder las formas es empezar a perder la razón. Es cierto que son muchas las circunstancias que en este país son susceptibles de cambio y de mejora, pero las cosas no se transforman a golpe de pataleta, por mucho que a los parlamentarios de IU les gustase tanto el espectáculo que ellos mismos promovieron que no dudaron en levantarse para aplaudir y hermanarse con los energúmenos. Ese no es el camino.
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