Insertos en una crisis que requiere el ejercicio de generosas e inteligentes iniciativas, resulta muy lamentable el patetismo escénico de algunas formaciones políticas y sus adminículos sindicales que, lejos de aportar soluciones, aprovechan el menor resquicio para aumentar la avería y la desazón en sectores sociales menos avisados y proclives al desaliento. Así, con burdas maniobras de excitación, se impulsan algaradas callejeras agitando un rio revuelto en el que se arremolinan y se confunden algunas desgracias sobrevenidas, clamorosas injusticias y, también, mucha, mucha irresponsabilidad.
Bajo las pancartas, el contrasistema y el perroflautismo se cobija una fauna que ha sorteado su futuro con aventuras inasumibles desde posiciones de mínima responsabilidad. Y es ahora, cuando vienen mal dadas; en definitiva, cuando la dura realidad exige el cumplimiento de los compromisos alegremente e irresponsablemente adquiridos, nos venimos abajo y buscamos culpables con inusitada energía, infiriendo odio y presentando frente combativo contra unos pretendidos culpables que, en otras circunstancias, eran nuestros generosos e intrépidos ilusionistas: banqueros dadivosos, ofertas irrenunciables y éxito exhibido.
La ausencia de reflexión, perspectiva conservadora y un somero cálculo del riesgo han producido un escenario de cataclismo social generalizado que se traduce en la sensación de una profunda quiebra social que se prodiga en los medios de comunicación con alarmante correlación en las multitudinarias manifestaciones y, lo más peligroso, en la adopción de medidas terminales e irreversibles para los afectados por desahucios y otras desgracias que, viendo lo que ven, corren riesgo de mimetizar hasta las últimas consecuencias. Y aquí es necesario un planteamiento de responsabilidad profesional periodística o editorial de hasta qué punto es beneficiosa la difusión de casos presentados como clamorosas injusticias, aun desconociendo la trama general, la génesis y gestión de la aventura; pero centrándose en el efectismo de la tragedia. Y, teniendo en cuenta que cada caso es singular, no se puede aplicar un modelo general de reparación; eso sería injusto, sobre todo para las víctimas de desgracias verdaderamente insoslayables, que las hay.
El afloramiento de tanto corrupto justifica todo tipo de protestas y manifestaciones. La pésima gestión de políticos corrompidos exige una inmediata depuración. El sistema está pidiendo a gritos profundas reformas; pero estas reformas no pueden trasladar los problemas de un sitio a otro o posponerlas para que se reactiven con reforzada virulencia. No podemos caer en el error de ganar cinco e hipotecarnos por cinco mil. Ese fue el problema originario y no podemos repetirlo, ya sea en economía o en apresuradas y populistas soluciones de índole social que resuelvan con un “aquí no ha pasado nada”.
La estabilidad del Estado de Derecho bascula en compromisos, contratos, derechos, deberes… La pretendida abolición de la satisfacción de los deberes comprometidos conduce a otro modelo, absolutamente distinto, y de difícil reconocimiento para entornos supranacionales que sí los observan como premisa fundamental para el sostenimiento de una sociedad comprometida con un irrenunciable reglamento democrático y la estricta observancia de garantías legales. Y no olvidemos que, para salir de esta, hemos de depender y ajustarnos a las reglas de juego de los que vean en nosotros estabilidad, confianza, responsabilidad, respeto por los compromisos adquiridos y capacidad y voluntad para afrontarlos.
Por mucha presión social que se ejerza no se puede llegar al “aquí no se debe nada”. Esto sería como soltar amarras con una vía de agua; nada más zarpar, el barco se hundirá. O como es nuestro caso, navegar con la agotadora faena de achicar incesantemente.
Jamás propondré que se oculte la desgracia y la injusticia; todo lo contrario. Pero sí apuesto por la difusión de la ejemplaridad, tanto en la Administración como en los administrados. Hay casos que merecen igual trato de “heroicidad” que el de un bombero “solidario”, pero se silencian por insuficiente impacto mediático. Sin embargo, ellos son los que, a su manera respetuosa y respetable, aún mantienen la dignidad que nos va quedando.
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