La corrupción ocupa ya el segundo puesto entre los males de este país. Lo cual nos asemeja a un enfermo de cáncer que ya no pudiera divertirse ni soñar con otras aventuras gratificantes más allá de su desgracia. Es cierto que el Gobierno se dedica a danos esperanza cada vez que aparece algún altísimo mala sombra diciendo que esto va para rato. Si Bruselas se redujera a animarnos con el dichoso buen camino y a renglón seguido no nos pidiera más reformas, todavía podríamos dar gracias. Pero es que, como ha dicho Marcelino Iglesias contestando a Rajoy en el Senado, “cada mañana tenemos un nuevo capítulo de ese genio innombrable de las finanzas que nos hace la peineta a todos los españoles”. El señor Bárcenas adquiere calificativos que solo la Biblia atribuía a Dios, el innombrable, el que es, el que no hay palabras para definirlo. A esta divina conclusión ha llegado el Partido Popular cuidándose éste muy y mucho de que el extesorero despliegue su furia documental en conexión con las cloacas de Gürtel. Así que a callar mandan.
La ejecutiva lleva semanas amenazando con una querella contra el de la peineta pero se ve que les produce pavor tocar al innombrable. Si la corrupción se erige en el primer problema de este país habrá que cerrar el país o fumigarlo con zotal hasta que el ambiente choricero se haga respirable.
Y a todo esto ¿qué piensan hacer los partidos para acabar con los sobres?
Hablan de una ley de transparencia. ¿Es que no existía ya? ¿Van a dar publicidad a la lista de defraudadores sin decir una palabra del innombrable?
No está uno para descifrar tantos misterios juntos, así que me sumo en la contemplación del cielo de marzo, no exento de temporales de lluvias y huracanes y a la espera de que vuelva a cantar el ruiseñor del parque.
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