19 de marzo, Día de San José. La plaza de la basílica vaticana repleta de fieles madrugadores. El nuevo Papa celebra la misa de entronización. Desfilan los cardenales concelebrantes y acuden las 132 delegaciones de otros tantos gobiernos del mundo. Tomando como ejemplo la figura del carpintero como custodio de Jesús y de María, el vicario de Cristo extiende en su homilía el concepto proteccionista de la custodia de la creación. Primera alusión al ecologismo espiritual y cósmico. La doctrina viene en primer análisis del Evangelio pero luego el Papa glosa a los santos de su devoción. El primero de todos en esto de amar y guardar la creación es Francisco de Asís. Resuenan en su cabeza el cántico del hermano sol, hermana luna, hermana agua y hermana muerte. Entre los asistentes a la misa hay buena parte de los responsables en esto de la crisis que azota hoy al mundo, la guerra, el hambre, el cambio climático, el CO2, la explotación de los débiles, los cuatro caballos del Apocalipsis, en suma. No es, en efecto, una homilía para las academias de ciencia, ni siquiera para políticos y economistas; va dirigida más bien al hombre medio, el de buena voluntad que vive amenazado. Aquí pudieran encontrarse tanto católicos como agnósticos. El Papa habla de ternura y esperanza para los pobres. Quiere una Iglesia de pobres y para los pobres. Otra vez San Francisco de Asís. “Donde haya odio ponga yo amor.” La grasa del tiempo junto con los escándalos han ido cayendo sobre estas palabras tan manoseadas. Sin embargo la empatía de este nuevo Pontífice al contacto con las multitudes abre inéditos horizontes de luz. Tal vez evangelizar hoy sea sinónimo de volver a la fuentes del sermón de la montaña. En el fondo qué ha sido la historia de la iglesia a lo largo de los siglos sino este trajín humano divino entre la materia y el espíritu.
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