Los misterios vaticanos han propiciado que Juan Arias y Miguel Naveros, almerienses cercanos por oficio (escritores y periodistas los dos) y distantes por sentimiento (sacerdote uno, ateo el otro), coincidieran en una apreciación en la que casi nadie hasta ahora había reparado. El sacerdote desde la sombra de las favelas de Brasil y el escritor desde el sol adelantado de lo que fue el balneario de San Miguel me provocaron -desde la red aquél, desde la palabra éste- una interesante reflexión sobre la diferencia entre buscar soluciones a los problemas o buscar problemas a las soluciones.
Arias y Naveros coincidían en reflexionar sobre cómo es posible que una institución tan compleja como la Iglesia haya resuelto una crisis sin precedentes en apenas quince días. La renuncia de un Papa no se producía desde hace más de quinientos años y en medio de una tempestad en la que, como dijo el anterior Papa en su última declaración, “las aguas bajaban agitadas, el viento soplaba en contra y Dios parecía dormido”. Y, sin embargo y a pesar del vendaval, ha sido capaz de doblar el cabo de las tormentas en medio de la tempestad.
La Iglesia católica es una institución a la que oficialmente pertenecen más de 1.200 millones de fieles; un millón de sacerdotes y religiosos; 114.736 instituciones asistenciales; 5.246 hospitales; 74.000 dispensarios y leproserías; 15.208 residencias de ancianos incurables; 1.046 universidades;205.000 colegios;70.000 asilos nido; 687.282 centros sociales y 131 centros para personas con SIDA.
Pues bien, a pesar de esta extremada complejidad estructural y de su funcionamiento no democrático y misógino, 115 cardenales han sido capaces de superar la crisis en apenas dos semanas.
El hecho es tan sorprendente que no sé por qué (o sí) me apetece preguntar (con ironía) a los almerienses que lean esta carta cómo es posible que 115 enviados desde todos los rincones de la tierra (y cada uno con su alma y con su arma) encuentren rápidamente la solución a un problema y los dirigentes almerienses (no más de quince entre PSOE y PP, que son los partidos que han mandado de verdad desde el 77) lleven más de veinte años sin ponerse de acuerdo sobre cómo hacer el soterramiento, dónde debe ir El Corte Inglés, cuando se construirá el Materno Infantil, por qué no se terminan las autovías con Málaga y del Almanzora y quién será el moisés socialista que llevará a la Agrupación del PSOE de la capital a la tierra prometida de la normalidad tras los últimos cuarenta años de guerras familiares para disputarse los sueldos de los liberados y asesores (permítanme este último recurso al esperpento, pero en medio de la seriedad nunca vienen mal unas risas; que es lo que provocan).
La lista podría continuar con la Balsa del Sapo, las obras de la Plaza Vieja, los Peris, El Algarrobico, el fin de los vertidos de aguas residuales al Andarax, el nuevo 18 de julio, por supuesto, la llegada del AVE…en fin, acabemos el párrafo con puntos suspensivos porque la lista no tendría punto y final.
Y sin embargo habría que poner ya punto y final a esa agenda de carencias inexplicadas por nadie e inexplicables por ausencia de motivos sólidos que las estén llevando más allá del umbral de eternidad.
Almería es una tierra de emprendedores y harían bien quienes nos dirigen en buscar un camino de entendimiento para que las necesidades sencillas de satisfacer no acaben siendo quimeras en las que nadie cree ya por hastío.
No es tan difícil. Es cierto que a los reunidos en el Cónclave vaticano los iluminó el Espíritu Santo. Los que somos de tejas para abajo no pedimos tanto. Sólo que a quienes nos dirigen les ilumine el sentido común.
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Pedro Manuel de la Cruz