El enemigo en casa

El enemigo en casa

Antonio Felipe Rubio
23:35 • 10 abr. 2013

El gobierno de Zapatero, prolífico en ocurrencias, promovió el desahucio express y la regulación de alquileres, dotando al propietario de cobertura legal ante inquilinos incumplidores con los recibos mensuales y cafres con la integridad del mobiliario. A continuación, la ministro de Vivienda, Trujillo, emprendió la campaña “Keli Finder” para animar a la población a patear la ciudad con unas zapatillas deportivas en la seguridad de encontrar viviendas de alquiler a precio razonable y con suficiente atractivo para arrendador y arrendatario. El resultado, como otras acciones, fue un fiasco.


Ahora, la consejero de Fomento y Vivienda de la Junta, Elena Cortés, pone en práctica las ansiadas medidas bolivarianas de la izquierda radical promoviendo un modelo de expropiación temporal (tres años) de las viviendas ociosas propiedad de bancos, inmobiliarias y sociedades de gestión. Se supone que esta aventura contará con los preceptos legales que instruyen el procedimiento de expropiación; entre otros, la satisfacción del pago en justiprecio de la propiedad privada y garantías de reversión. Y, si así fuese, sería conveniente conocer la dotación económica que acompaña a esta medida, salvo que la expropiación sea un eufemismo de requisa de facto. 


A las medidas de los socios comunistas ya le han sucedido discursos populistas y demagogos. El número dos del PSOE andaluz, Mario Jiménez, clama “ninguna vivienda sin gente ni gente sin vivienda” que es lo mismo que diría Sánchez Gordillo: “Ningún carrito de Mercadona vacío…”. Es la esencia misma del pensamiento decimonónico de La Internacional: "No más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber (…) del pasado hay que hacer añicos (…) el mundo va a cambiar de base. Los nada de hoy todo han de ser (…) ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador. Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor. 




Estas son las líneas directrices que nos aguardan, pero con algunas modificaciones: los parias de la tierra y la famélica legión han encontrado nutrido acomodo en la mullida moqueta, y harán todo lo posible por mantenerse, aun cohabitando con la otrora repulsiva corrupción y el saqueo de la clase trabajadora.


No tenemos bastante con la incertidumbre que inquieta a personas y empresas por el incierto futuro que nos depara la crisis. Ya sólo faltaba un gobierno que ponga en riesgo y amenace la seguridad jurídica de lo poco que nos va quedando y lastrando el crecimiento de la comunidad por aproximaciones totalitarias y atentatorias al libre ejercicio de la administración de la propiedad privada.




Según una última estimación, el alcance de la avería económica de los ERE y fondo de reptiles llegaría a superar los dos mil millones de euros; o sea, el doble del presupuesto que anuncia Rubalcaba como necesario para paliar la “emergencia nacional” de los más necesitados en toda España. Esta es la gran falacia de unos gobernantes indignos de las siglas e ideología que dicen preservar. 


El intervencionismo se ha convertido en práctica habitual de gobernantes que se dedican a facilitar la vida de los afines y complicársela al resto. Ahora, el llamado granero de votos se ha convertido en un enorme silo de personas necesitadas, algunas desesperadas, que son fácilmente manipulables y rápidamente excitables con peligrosos argumentos conducentes a la confrontación. Ver en el Gobierno al enemigo se ha convertido en un juego muy peligroso, pero rentable para la posible remoción por procedimientos antidemocráticos que algunos pretenden homologar como “respuesta social”. Los escraches, el atentado a la propiedad privada y las medidas demagógicas rememoran etapas previas a históricos fracasos, algunos pasados por las armas, y otros, los más, macerados en periodos dictatoriales. Y las dictaduras no conocen de ideologías; tan dictadura es la fascista como la del proletariado, y ambas convergen en idénticas conductas.





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