La vivienda vacía es un poema elegíaco. Los pájaros nos dan ejemplo de desprendimiento. En primavera hacen sus nidos, ponen en ellos sus huevos, nacen las crías y una vez que éstas son aptas para volar, los abandonan. Si tuvieran inteligencia mercantil a lo mejor ponían sus hogares en alquiler y hablaban, como lo hacen ciertos señores, de seguridad jurídica, de desahucio y de ejecución hipotecaria. Entre rentistas la vivienda es un objeto de negocio. Yo recuerdo en pleno boom de la construcción con qué insistencia trataban de convencernos de que el alquiler era perder el dinero; había que endeudarse hasta estirar la pata haciéndose propietario. Inesperadamente la crisis ha sido un tsunami. Ha removido los cienos de la oferta y la demanda. A un lado queda el pobre sin techo y a otro tres millones de viviendas vacías. Eso sí, no grites mucho porque el poder defiende a los bancos. Aquí la seguridad jurídica vale más que la vida. Cómo clama el sentido común del dueño del piso contra esos locos que salen al arrastradero de la policía en defensa de la familia indigente que no puede hacer frente a la hipoteca. Y no digamos nada cuando otro contrapoder, digamos Griñán en Andalucía, intenta mediar entre la pobreza y el dinero. Aquí el insulto más suave contra la izquierda es que es radical, enemiga del justiprecio, famélica legión y fondo de reptiles bolivariano. No dirán que el fascismo no renueva su vocabulario. Ahora cualquier reivindicación de los parias viene asociada a la revolución antidemocrática de Venezuela. Todos sabemos que a Zapatero la crisis le pilló en calzones. Los gobiernos de la derecha europea le obligaron a hacer cosas que un socialista nunca debió admitir. Hoy el PP se recrea con esta clase de incongruencias y hasta se pone como ejemplo de defensor de los trabajadores.
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