Uno de los dramas del independentismo catalán, quizás el mayor, es tener que nutrir argumentalmente el delirante discurso de la construcción nacional al margen de la pérfida España. Y como no todo puede basarse en el agravio, la inquina o el odio que presuntamente acumularía el centralismo hacia los sentimientos excéntricos, para seguir manteniendo el rentable negocio del independentismo hay que levantar el andamiaje teórico de un hipotético Estado. Pero lo malo de jugar a hacer países es que se corre el riesgo de hacer gravemente el ridículo. Y eso es lo que les ha vuelto a pasar a los soberanistas catalanes, que no contentos con mantener su red de “embajadas” se están planteando qué hacer para resolver el tema de la “defensa nacional” contra potenciales enemigos de Cataluña. Los desocupados que emplean su tiempo -y nuestro dinero- en semejantes chorradas son los señores de ERC, los mismos que ya exigieron que España entregase tanques (“pero tanques de los buenos”, decían) a Cataluña para su futuro ejército. Pues bien, como han comprendido que crear el Exércit Catalá les costaría un riñón por tierra, mar y aire, han decidido que cuando sean independientes cederán la defensa de la república catalana a Francia. ¡Regardé la gilipolluá! Lo malo de todo esto es comprobar que sus impuestos –sí, los de usted- y los míos, contribuyen al sostenimiento del pabellón de psiquiatría en el que han convertido la política catalana un ejército de chiflados con ínfulas. Noticias así demuestran la falsedad de la afirmación de que ya no queda sitio en España para más tontos. Hay más tontos que botellines. Y qué butifarras.
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