El fútbol es como la vida: una aventura en la que a veces el dulce sabor del triunfo tiene el perfume de la eternidad. El Almería jugó su partido en ese umbral del atardecer tardío en el que sólo la luz de la victoria puede derrotar la sombra de la inquietud y ayer en medio de la penumbra el sol del Mediterráneo brilló más que nunca en el día más largo del año.
La grandeza de este espectáculo hay que buscarla en lo efímero de su existencia, en la contradictoria intensidad de su permanencia. La magia del 3-0 de anoche solo permanecerá en la memoria colectiva hasta que dentro de unas horas la atención del aficionado busque en los fichajes por llegar, en los abonos por pagar o en el entrenador por renovar los nuevos caminos por los que recorrer su atención.
El fútbol siempre se conjuga en infinitivo. Perder, ganar, reír, llorar, sentir, sufrir. El pretérito puede ser perfecto pero sólo se aloja en la memoria, no en el sentimiento. El presente es lo que emociona; el pasado emocionó pero ya solo cuenta en las vitrinas del club y en las estanterías empolvadas del recuerdo. Ahí radica su atractivo. La memoria guarda para siempre la alegría y desvanece la desolación y eso la hace soportable. Nadie podría soportar el dolor de la derrota si el tiempo no acabara destruyéndolo. Anoche tocó remar en la otra orilla.
Los almerienses sabemos poco de victorias y mucho de derrotas. Por eso cuando el temporal amaina y la ocasión se presume propicia el imaginario colectivo de la ilusión se desborda y nos pinta la cara color esperanza. Ayer fue una de esos días que sólo duran veinticuatro horas en el calendario pero varias vidas en la emoción del recuerdo.
Para los equipos periféricos la realidad tiene un perfil distinto al de los grandes. Nuestra liga no es de ese mundo. Los tres ascensos a primera provocaron en los almerienses la misma satisfacción (o mayor: el pan se valora más en la casa del pobre) que tres Champions para el Madrid o el Barcelona. Estamos tan acostumbrados a la derrota, que el triunfo nos eleva al infinito sabiendo, como hemos aprendido, que en el club de los vips sólo podemos entrar con la prudencia de un invitado que sabe, bien que sabe, que pronto o tarde la fiesta se acaba y hay que volver acompañado por la oscuridad de aquellas luces que antes habían iluminado hasta el estallido la llegada. Pero mientras estamos en la fiesta disfrutemos más que nadie. Y ha llegado ese momento.
Ahora que el músculo de los jugadores duerme y la ambición de los aficionados descansa complacidad recuerdo aquel atardecer del 19 de mayo de hace ahora seis años. Compartí el recorrido por las calles de la capital en el autobús del equipo y la timidez de Emery (apenas se levantó del asiento durante las horas que duró el recorrido; sólo se atrevía a saludar y casi como pidiendo perdón) me permitió mantener con el entrenador una imborrable conversación. “Pedro, ¿sabes lo que más satisface de todo? Haber hecho posible la satisfacción y la alegría de tanta gente. Para todos es un día inolvidable, pero para esta afición sobre todo”.
Aquel año triunfo Emery. Como ahora ha triunfado Alfonso García.
El Almería ha vuelto a triunfar porque cuando llegó la desolación del descenso nadie corrió hacia la nada pretendiendo ir hacia el todo. Durante dos años hemos tenido un equipo sólido porque nadie ha perdido el rumbo.
Al presidente podrá reprochársele su tosca timidez y su impermeabilidad a las opiniones ajenas. Lo que nadie le podrá reprochar nunca es que con su presidencia el equipo almeriense ha vivido una época con la que, aunque el mejor fútbol siempre se sueña, nadie soñaba.
Cuando pasen las horas y el vendaval de las emociones deje paso a la calma, el presidente debería pensar en una estrategia para que el campo sea un espacio en el que el cemento del vacío no exista.
Vivamos el momento. El corazón emocionado de la afición del Almería ganó anoche la Champions. Disfrutemos como siempre soñamos; como casi nunca logramos. Somos de primera, a ver si se enteran, ya estamos aquí.
Almería en su escudo, el Almería en su camiseta y La Voz en su cabecera son rojiblancos.
Felicidades y ojalá que nos vaya bonito y que los goles, como los dos de Charles y el de Aleix Vidal anoche, nos vistan de suerte.
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