La escenificación del acuerdo europeo entre Mariano Rajoy y Pérez Rubalcaba no es para mayor gloria de España, como quieren hacernos creer, sino para beneficio de sus respectivos partidos.
A la Unión Europea le trae sin cuidado que los planes de los países miembros lleguen ratificados por un partido o por un millón, siempre que se cumplan, que ése ya es otro cantar. Por eso mismo, por la inconcreción de unos pactos hechos de cara a la galería, no les ha costado nada firmarlos al PP y al PSOE.
Lo que saben, en cambio, ambos partidos es que la ciudadanía está hasta el gorro de sus estériles enfrentamientos, que les reprocha por igual la crisis económica y que les está quitando votos a toda velocidad: de ahí su conveniencia en rubricar unos aparatosos pero inútiles acuerdos.
Si de verdad quisiesen colaborar en favor de los ciudadanos, deberían ponerse de acuerdo en los grandes temas de consumo interno, al margen de la UE: una auténtica ley de transparencia, consenso en la ley de educación, reducción real de las administraciones públicas —Senado, Diputaciones, agrupación de ayuntamientos,…— y puesta al día de una Constitución que se ha quedado obsoleta.
Pues que si quieres arroz, Catalina. Ninguno de los grandes partidos, ahogados por el clientelismo de tantos cargos remunerados como han creado, está dispuesto a dar semejante paso. Si acaso, como acaba de hacer el Gobierno, reformar 57 organismos públicos a cuál más inoperante.
Pero, ¿quién cree a estas alturas semejantes gestos grandilocuentes del poder? También se nos dijo que la Administración pagaría a los 30 días o que no cobraría el IVA antes de que fuese percibido por los contribuyentes y ya ven: parole, parole, parole…
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