Los cementerios de Lampedusa

Los cementerios de Lampedusa

Pedro García Cazorla
01:00 • 06 oct. 2013

Lampedusa es una pequeña isla del Mediterráneo, con poco más de veinte kilómetros cuadrados, al sur de Sicilia y no muy lejana de la costa de Túnez. Allí nació Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor del Gato Pardo, una excelente novela, y descendiente del primer príncipe que gobernó la isla, que tiempo después su familia terminaría vendiendo  al Reino de Nápoles 


Aparte de ser la cuna de Giuseppe Tomasi, sólo los lugares como Lampedusa son capaces de tener dos cementerios. Uno de ellos queda a pocos minutos del pueblo en la ladera de un monte de tierras blancas y sedientas, en algunas lápidas no existe ninguna nombre y sólo aparece tallada sobre la piedra una fecha y las siguientes palabras: “ Un hombre” ,  “ Una mujer “,  “Un niño”, “ Una niña “. Pertenecen a los inmigrantes que murieron en el mar, pero que pudieron ser rescatados para darles sepultura. Otros náufragos descansan en el segundo cementerio, es un cementerio marino, sumergido bajo las aguas turquesas que rodean la isla.


Nadie visita a estos muertos ni le lleva flores, nadie llorara sobre la tumba del agua y la sal. Solo en los cementerios marinos, donde todos han perdido sus nombres, es más puro el recuerdo y más limpia la presencia. Cuando entierras alguien, la tierra sirve para cubrir la muerte, pero también ayuda al olvido, sin embargo si alguien desaparece tragado por el mar, queda viva una esperanza absurda que permanece durante muchos años. Europa tiene un cementerio muy cerca de la playas de Lampedusa, no crecen los cipreses, ni sus sombras alargadas refrescan las tumbas, hasta allí no llega los coches fúnebres, ni el cortejo de los que sufren por la ausencia, nadie reza por el alma de los desesperados que se quedaban desnudos para tardar un poco más en ahogarse, que importan hoy cien, ochocientos u ocho mil. Mañana o dentro de una semana, tendremos que irnos varias páginas hacia atrás en internet para encontrar alguna información. Algunos vecinos que fueron a socorrerlos dicen que aún oyen su voces, que descansen en paz, pero no estaría mal que sobre nuestra conciencia retumben sus gritos , al menos un par de minutos, aunque después venga nuestra eterna indiferencia.







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