A este paso, en el futuro se tendrá que hablar de la nueva presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Día, como “la mujer que nunca estuvo allí”, dado su interés por borrar cualquier rastro de su estancia en el meollo del poder andaluz durante los muchos años en los que la Junta de Andalucía ha sido epicentro de todo tipo de desmanes. Mientras a su alrededor, e incluso en su propia Consejería, se iban fraguando una serie de monumentales escándalos, brutales saqueos y descarados atropellos jurídicos que en la actualidad están siendo investigados por los tribunales, al parecer doña Susana nunca oyó, conoció o supo nada. Es más, ahora sabemos que a ella le repugna muchísimo la corrupción. Pues debió pasarlo fatal mientras estaba haciendo el pasmarote al lado de tantos imputados y sospechosos de comisión de todo tipo de delitos. Pero lo cierto es que todas estas cosas ni ocupan ni preocupan a doña Susana. Ella está llamada a fines más elevados y solemnes que explicar su papel y el de sus colaboradores en la mayor trama de malversación de fondos públicos de la historia de España. Nuestra presidenta es ahora una estadista que debe estar por encima de estas miserias. Por eso va hablando de Cataluña, del independentismo o del papel de los anteriores presidentes del Gobierno en estos asuntos. Lo que sea con tal de no hablar de Andalucía, de los millones de parados andaluces y de sus compañeros, amigos y colaboradores imputados por robar descaradamente el dinero de todos los andaluces.
Dejación Susana Díaz es ya un caso notable dentro de las personas que llegan a un puesto después de una fatigosa tarea de búsqueda y compra de apoyos para, desde el primer minuto de su mandato, empezar a hacer dejación de funciones. ¿Qué se le ha perdido a la señora Díaz en el debate de la unidad territorial de España? No digo yo que doña Susana no pueda hablar de lo que estime oportuno, sobre todo si es para caerse del caballo aunque sea tarde y decir lo que muchos dijimos cuando su amigo Zapatero hacía el caldo gordo a los separatistas: es un error dar alas a los independentistas aceptando de entrada cualquier estatuto, sea el que sea. Lo que pasa es que cuando desde el PP decíamos estas cosas doña Susana estaba callada y aplaudía a Zapatero. Estos asuntos no eran de la incumbencia de una política que aún no había descubierto su vocación de gran estadista. Pero lo que debería hacer nuestra presidenta es dejarse de delirios de grandeza y dedicarse a atender los problemas reales de las familias andaluzas.
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