La otra noche murió Germán Coppini, primero solista de Siniestro Total y luego de Golpes Bajos. Por él supimos que estos tiempos son malos para la lírica y que es inútil y frustrante buscar la verdad en los ojos de la gente. Tenía 52 años, la mejor edad, y, sin embargo, cierto historial de olvido tras de sí. Busco en la radio su voz, sus canciones, y no las encuentro en ninguna emisora. Pero tampoco en la única que ha dado la noticia de su deceso, como si el obituario de un cantante pudiera hacerse sin reproducir siquiera un retazo de su música. Malos tiempos para la lírica.
Los boletines horarios de la radio hablan también de la extrema diligencia del fiscal para recurrir la imputación de la mujer de Ignacio González hecha por una jueza de Estepona. El ático, ya saben. El fiscal, con las prisas, se ha saltado el escalafón y se ha dirigido directamente a la Audiencia de Málaga. Lo mismo puede hacerse, no lo sé, pero la impresión de que eso de la Fiscalía ha cambiado mucho últimamente es general: más parece ahora abogacía. Y qué pedazo de abogacía. Escucho esta noticia justo después de la muy triste de la muerte de Coppini, y me turba su casual ligazón. Malos tiempos para la lírica. Y para la ética. La ciclogénesis explosiva, que es como se llama ahora el temporal, completa los breves boletines radiofónicos. Salvedad hecha del discurso del Rey, del que, en este caso sí, se reproducen algunos fragmentos. Ni pío de la corrupción y de sus imparables y cercanas metástasis. Circunloquios y eufemismos sobre el particular, alguno, pero como al desgaire. Es aterradora la soledad de ciertas mañanas, particularmente la de aquellas que nacen con una voz singular menos, y la de Germán Coppini lo era. Los árboles doblados por el huracán, la lluvia percutiendo feroz en los tejados, parecen llorar su enmudecimiento. La busco en la radio, y no la encuentro.
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