Aún recordamos algunos ciudadanos los aguinaldos que recibían los entonces guardias urbanos en la capital con la llegada de la navidad. En torno a su persona los vecinos iban dejando botellas, cajas de mantecaos y otros objetos. Aquellos regalos de empresas y vecinos pasó a la historia, llegaron los políticos y parece, por lo comentado por doña María Muñiz, que las “empresas y vecinos” cambiaron la moda del regalo navideño al guardia urbano por el detalle de navidad a los señores concejales.
Es evidente que si había que regalar a tanto político, no se podía seguir haciendo lo mismo con los guardias que dirigían el tráfico en nuestras plazas principales: Puerta de Purchena, Plaza Circular y supongo que alguna más que ahora no recuerdo.
Los regalos mejor recibidos por nuestros ediles eran los jamones de muchas jotas, cuantas más mejor, y las grandes reservas de la Rioja Alta. De algunos-as se ha dicho que llenaban la cocina con tanto marranico muerto y colgado del techo, que no se le veía el color al mismo. ¡Hermoso techo, no me digan lo contrario! Normalmente eso ocurría con el responsable de urbanismo. Tantas paticas negras recibían que se permitían el regalar algunas de esas famosas patas a miembros de su afortunada familia.
Era tan agradable recibir aquellas cestas con jamones ibéricos, chorizos del mismo palo, quesos viejos o curados manchegos y otras alegres y costosas viandas. Muchas empresas ya no están para esos dispendios, pero algunas concesionarias aún siguen con los regalos en estas fechas tan íntimas y entrañables como son las navidades.
Uno de los regalos que no se recibían con aplausos era el de una empresa ahorradora que te mandaba una caja de uvas sin hueso que se estaba investigando en su finca experimental. No levantaba ilusiones, hay que reconocerlo. Todo lo que no fuera marrano de jotas y vinos de reserva se miraba con cierto desdén. Conocíamos que algunos ediles tenían la suerte de llenar sus despensas en esas fechas, de lo que no teníamos constancia es que eso ocurría con todos, incluidos la oposición. Aunque mucho me temo que los jamones de Jabugo, los más queridos y apreciados por sus veticas blancas, no llegaban a todos y cada uno de nuestros políticos munícipes. Como en todo habría sus castas.
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