El Gobierno nos la ha vuelto a hacer con un truco de trilero. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha presentado como reforma fiscal lo que no es otra cosa que una rebaja del IRPF que nos acerca a la situación en la que estábamos cuando el PP ganó las elecciones en 2011. Es decir, han tenido que pasar casi tres años para que volvamos a la casilla de salida en el tributo sobre la renta, aunque con el agravante de que el resto de impuestos y tasas que han subido con este Gobierno – hasta 50- se mantienen intocables.
Esto significa que de esa espiral impositiva hemos salido más pobres. No lo digo yo, lo dice una organización tan poco sospechosa como Unicef, que en su último informe fija en 2.306.000 los niños que viven bajo el umbral de la pobreza en España, un 27% del total de la infancia de nuestro país. Padres pobres, niños pobres.
A pesar de que la reforma fiscal se venda como “café para todos”, la realidad es muy distinta. Salvo las rentas más altas que verán reducidas de manera considerable su aportación a la caja de todos, el resto no se beneficiará de la medida por igual. Es más, la distancia será sideral entre las rentas más bajas que no tributarán, o lo harán en menor medida, y las más altas: un salario bruto de 15.600 euros, se ahorrará 394 euros en la declaración de la renta de 2016 y una nómina de 300.000 euros anuales, 11.649 euros, según apuntan algunos expertos.
En ese estado de las cosas, las clases medias y bajas, que se podrán ahorrar unos pocos euros, perderán en el cómputo global mucho más con los recortes del Estado del bienestar que se han producido y con los que previsiblemente están por venir.
Aún no se ha explicado cómo se financiará la caída de ingresos por la rebaja del IRPF y si la diferencia se compensará con nuevos copagos, más recortes o la subida de otros impuestos. Veremos en cuál de los tres vasos aparece al final la bolita.
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