Después de seis meses de negociaciones, Irán y las grandes potencias acordaron el pasado 18 de julio darse un plazo adicional de cuatro meses para alcanzar un acuerdo que elimine toda incertidumbre en torno al programa nuclear iraní y asegurar su carácter exclusivamente pacífico. En estas negociaciones EEUUs y las grandes potencias pretenden diferir cuanto más tiempo mejor la construcción de una bomba atómica; Irán ambiciona el levantamiento en el menor tiempo posible del mayor número de las sanciones que asfixian su economía.
Las partes aún están lejos del acuerdo. El nudo gordiano que es necesario deshacer es el número de centrifugadoras que se permitirá conservar a Irán. No es para menos: cuantas más centrifugadoras retenga, menos tiempo necesitará para construir una bomba atómica.
Ahora, la pregunta que ronda a los expertos en este tema es si cuatro meses adicionales serán suficientes para que las partes superen sus discrepancias. La respuesta en el caso de Irán tiene una lectura económica y otra política.
Las sanciones impuestas por EEUUs, la UE y la ONU a partir de 2011 han castigado duramente al sector energético, un sector clave en la economía de Irán que ha pasado de exportar 2,5 millones de barriles de petróleo al día en 2011 a 700.000 en 2013. Irán es el cuarto país del mundo en reservas probadas de petróleo, y el segundo en gas. Tal y como ha señalado Akbar Komijani, vicegobernador del Banco central iraní, Irán podrá crecer a una tasa del 6% si se llega a un acuerdo.
Pero el devenir de la negociación estará muy condicionado por las percepciones de los principales actores políticos iraníes en cuanto a los efectos del acuerdo sobre el régimen de los Ayatolás y el reparto de poder entre su cúpula dirigente.
La cuestión nuclear ha dividido a la cúpula dirigente en dos facciones: la centrista liderada por el Presidente de la República, el moderado Hassan Rohani, que ha apostado claramente desde su llegada al poder en junio de 2013 por una solución negociada; y la facción de los defensores a ultranza del programa nuclear que agrupa a los más conservadores, al Consejo de Guardianes y a la Guardia Revolucionaria, que son a su vez los apoyos tradicionales del Ayatolá Ali Jamenei, una suerte de Jefe de Estado que tiene la última palabra sobre la negociación.
El Ayatolá Alí Jamenei y el presidente Rohani conciben el acuerdo nuclear como un medio para renovar la legitimidad del régimen teocrático, y confían en que el levantamiento de las sanciones mejorará las condiciones de vida de los iraníes.
La ausencia de acuerdo significaría el final de la carrera política de Rohani. Por el contrario, el Ayatolá Jamenei se ha cuidado bien de no poner todos los huevos en la misma cesta, y al tiempo que pedía dejar trabajar a los negociadores mostraba su escepticismo, dando alas a los detractores del diálogo. Si las negociaciones van mal, Jamenei culpará a Rohani. Además, el fiasco diplomático proporcionaría una oportunidad a los conservadores para volver al poder.
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