La ciudad y los perros

“Deberíamos favorecer a la cabra hispana, sus cacarrutas son más duras, con formas redondeadas”

Pedro García Cazorla
23:22 • 14 sept. 2014

El matrimonio Preston llegó Almería en el crucero que arribó el sábado en el muelle de poniente. Lilian Preston, sofocada volvía de su visita a la Alcazaba, ¿quién le iba a decir a esta remilgada dama británica?, que se deslizaría da unos cuantos metros cuesta abajo, haciendo piruetas  ridículas después de pisar una defecación canina de las muchas que adornan nuestras calles y plazas. John, el marido, asistía absorto al patinaje destartalado de su esposa, que terminó patas arriba y rebozada por aquel souvenir pestoso, más presente en nuestra tierra que el Indalo y que el Sol de Puerto Carrero.  Hasta ahora no se comercializa, aunque con el tiempo y poco del mal gusto, no tendría que extrañarnos que algún inventor guasón la patentara como blasón indeseable y como marca escatológica de una ciudad propensa a la suciedad como el que tiene facilidad  en agarrar resfriados. 


Nada tengo que objetar a la inocencia intestinal de los canes, mascotas que remplazan afectividades imposibles y acompañan en la soledad de las casas, perseveran en su lealtad en tiempo de traiciones y su conveniencia animal es más aceptable que la inmensa mayoría de las exigencias humanas: caprichosas y cambiantes, cuando no tiránicas. He pensado que como para esto de la compañía, cualquier ser del reino animal nos valdría, deberíamos favorecer la cabra hispana, cuya cacarrutas son más duras, con formas redondeadas y cierta armonía geométrica. No ladran ni defiende su territorio de intrusos y gente ajena,  pero son vegetarianas y ante la escasez son capaces de digerir el papel del periódico hasta convertirlo en leche semidesnatada, una transmutación provechosa no sólo por la rebaja mensual que supondría en la cesta de la compra, sino por dar algo de sentido y beneficio a tanta información inútil de un día el para otro. Que inconveniente podría tener, decirles cosas cariñosas a tu cabra después de tantos años de convivencia y aunque no menearan el rabo al llegar del trabajo, ellas también nos escuchan y saben de nuestros problemas y frustraciones. Incluso le gusta la música y son capaces de subirse al sofá para bailar de puntillas sobres sus pezuñas, se lo he vito hacer a las que llevan los zíngaros, cuando le tocan su pasodoble preferido.







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