Cuando he escuchado en la Cadena Ser que Federico García Lorca fue asesinado por socialista, masón y por practicar la homosexualidad -según figura en un informe que obra en poder de la emisora y que fue redactado por la policía franquista 29 años después de su muerte-, no he podido por menos que estremecerme pensando en la cantidad de escritores, intelectuales, científicos, maestros, toda esa gente toda inocente, a los que asesinan todavía hoy, solo por no compartir sus ideas.
El informe, fechado en Granada el 9 de julio de 1965, tiene un enorme interés, no solo porque arroja luz sobre los últimas horas de su vida y hasta su muerte, también porque aclara los motivos por los que fue asesinado: venganza política y venganza personal. Un informe en el que se puede leer como fue su detención en casa de los hermanos Rosales, donde se encontraba Federico escondido debido a las amenazas y a los registros policiales llevados a cabo en su propia casa. Tras su detención fue llevado en coche a las "inmediaciones del lugar conocido como Fuente Grande", junto con otro preso del que no se dan más detalles. El poeta fue "pasado por las armas después de haber confesado, siendo enterrado en aquel paraje, muy a flor de tierra en un barranco", a dos kilómetros a la derecha de la Fuente Grande. Un lugar de muy difícil acceso.
No sé si es casualidad o no que este documento vea la luz justo el día de San Jordi, cuando Barcelona se viste de letra impresa para celebrar una fiesta única, en la que los escritores son los verdaderos protagonistas de la jornada. De ahí el interés que despierta un día como el 23 de abril, no solo entre la gente más concienciada, más leída, también entre los jóvenes, y entre los menores.
Y aunque es cierto que con los libros ocurre como con el cine, que la mayor tajada se la llevan los británicos y estadounidenses, no podemos olvidarnos de escritores de la talla de Gabriel García Marquez, Vargas Llosa, Arturo Pérez Reverte, Julián Marías, y nuestro flamante premio Cervantes de este año Juan Goytisolo, entre otros muchos que harían interminable este artículo, y tantos y tantos otros que se dejan la vida pegados al ordenador a la espera de que les llegue la visita de la diosa imaginación. Por todos ellos brindo, por los superventas, por los que solo con ver su novela expuesta en el escaparate de una librería se sienten las personas más felices del mundo, pero sobre todo por esas personas que haciendo un esfuerzo económico acuden a la librería con lo justo para llevarse el libro de su escritor o escritora favorita.
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