Pilar Quirosa-Cheyrouze, en la acera de los libros

Miguel Ángel Blanco
01:00 • 07 may. 2015

Representación de las palabras. Puesta en escena. Poesía en la calle. Es la acera de los libros. Y aquí, Pilar Quirosa-Cheyrouze (Tetuán, Marruecos, 1956, reside en Almería desde 1969), junto a la imagen de su último libro, “Valle de Lanz” (Editorial Ánfora Nova, 2014). La autora señala varias referencias poéticas, Mario Benedetti, Ovidio, Jorge Guillén, Silvia Plath y Antonio Jesús Soler Cano. Prólogo de Manuel Gahete: “La poesía es una extraña luz, que irradia desde lo oscuro para transformarse en palabra…” Pilar Quirosa-Cheyrouze suscita la curiosidad de los paseantes y decide mostrar su personal representación. Son palabras solitarias que poco a poco construyen el poema. Hay tres momentos: “18 de febrero”, “La torre de los vientos” y “Las mismas estrellas”. Comienza la función con la declamación del verso en la calle:


“Velado el sol de la tarde//aún distingo aquel paisaje//de agua interior//y piel silvestre,//aquella estela difuminada//que triunfaba//sobre el olvido de la lluvia”.


Está muy presente la nostalgia con las palabras construyendo un nuevo orden que emerge desde el desorden. Y lo hace sobre conceptos/palabras/ideas, como noche, ceniza, amor, estancias. Importa el paso del tiempo para consolidar el momento poético, frente a una realidad que no puede medirse.




“Soy tan solo//un leve experimento”.


En la acera de los libros permanece el correr de cada día, conversaciones, ecos, miradas. Los libros mantienen su orgullo de estar vivos por la actitud poética.




“Para encontrarte//en la luz y en la palabra”.


Cuántos mundos encerrados en cada palabra/imagen. Multitud de universos en cada verso, transformado por el momento que la actitud poética mantiene. Signos en torno a la narración que la autora hace desde el “Yo poético”, quién sabe, por algún recuerdo personificado, ante el lector que se detiene en la acera frente al libro y contempla el clamor de las palabras. Suena la banda sonora, música de Mahler y Beethoven, que invita a la presencia de los anteriores poemarios de Pilar que acuden para dar la bienvenida al recién llegado.




También está presente la imagen cinematográfica, con referencia a Stanley Kubrick. Cine y poesía se encuentran en una fusión lingüística de las imágenes con la atmósfera poética. Después está la invitación para viajar a horizontes desconocidos. La autora marca posible rumbos: Norte (“Vuela con mis alas”), Oeste (“Eternidad toda”), Suroeste (“De esta escena eterna”), Sur (“Bebe nuevamente de mi mano”), Sureste (“También para nosotros llegó el invierno”), Este (“Es extraño”), Noreste (“Un refugio en la tormenta”). Y una dirección a ninguna parte (“Sublime olvido”). Hasta que llega el último acto, con el viaje a las estrellas (“Poeta del instante//se han parado las horas”). Con una melancolía no exenta de escepticismo:


“Siempre hemos llegado tarde//muy tarde//a ese espacio de futuro”.


La visión poética en “Valle de Lanz” proclama un mundo de soledades, de maquinaria y tecnología alienantes, de aullido urbano, de leyendas, del viento hacia la intimidad de Eros, refugiado en palabras. Es la mirada que la poeta representa cada día en esta acera de los libros, donde convergen los signos del cosmos. La acera se llena de árboles imaginarios, idealizados en medio de una lluvia también imaginaria que cambia al paso de las nubes por el poemario. Sobre el presente y lo que pudo haber sido (“palabras nunca dichas”). Pasa el autobús de la línea 7 donde viaja cada día la poesía, con su autora, por la vida cotidiana. 


Al final acude presto al recuerdo Antonio Jesús Soler Cano, el poeta carrilano de Antas, y se sienta, ausente, en el bordillo de la acera. Es el final del último acto. Pilar Quirosa-Cheyrouze anuncia a los espectadores la última palabra, “en la perpetua soledad de los caminos”. En estos momentos baja el telón. La función ha terminado. Y la acera de los libros se queda vacía.



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