Entre las distintas artes es muy conocido el idilio poesía y pintura. La atracción que mutuamente sienten ambas disciplinas ha sido estudiada sin que sepamos aún con certeza los orígenes y las causas de esa fascinación. Y es que la necesidad que tiene la poesía de incorporar a sus dominios la realidad y la materia es idéntica a la que tiene la pintura por alcanzar lo intangible, el espíritu que da vida a la palabra. Pero ese misterio alcanza a ser más inexplicable cuando el poeta se reconoce también como pintor o cuando el pintor ocupa una parte de su tiempo escribiendo y se siente además poeta. Aquí ya nada ni nadie consigue descifrar el enigma.
Hace unos días, en la Galería Acanto, Juan Carlos Mestre y Alexandra Domínguez deleitaron a quienes asistimos a la inauguración de su exposición, El Universo visual y poético, con una lectura de sus versos. Conocíamos la obra gráfica y la poética de Mestre. Sus libros, La poesía ha caído en desgracia, La tumba de Keats, La casa roja, o su última publicación La bicicleta del panadero, conforman un territorio singular de nuestra lírica, el de una “poesía de la tierra”, comprometida. Pero el descubrimiento fue, sin duda, oír a Alexandra recitar sus poemas. Ella nos trasladó también a ese espacio mítico que fundan los poetas. Empezó leyendo: Mi amigo Eliot tuvo un sueño, continuó con Volver a los diecisiete, Mediodía en Brooklyn… y ya nos rendimos ante un mundo poético propio, muy diverso, distinto al imaginario que conocemos y que pertenece a nuestra tradición. La poeta chilena es además una magnífica pintora, los grabados y monotipos que expone junto a la obra de Mestre son un contrapunto visual a su obra lírica. En sus cuadros, el equilibrio formal y la mesura del color modulan un espacio lleno de signos y símbolos, donde se intuyen veladas formas y figuras, una obra que recuerda las geografías interiores de Paul Klee. En su obra nada perturba la armonía ni quiebra la respiración. Su universo se configura a través de una sensibilidad creadora que desvela los arcanos de un mundo antiguo, de una realidad que va más allá de lo visible.
Vivimos pues una de esas noches inolvidables con dos artistas muy versátiles y libres en su concepción del arte, tal vez porque la fortuna así lo ha querido. Ellos pertenecen por estirpe y tradición a esa saga de poetas- pintores o pintores –poetas como Lorca, Alberti, Kokoschka, Arp y Cummings o más lejanos en el tiempo Miguel Ángel y William Blake. Seguramente, los artistas del futuro serán más parecidos a Mestre y Domínguez que a los que seguimos una única senda, extrañados y temerosos ante otras formas de expresión.
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