Volví a ir a la oficina del Sepe en la calle Altamira. Iba muy contenta con mis papeles. Todos preparados, la solicitud rellenada. Me tocó el mismo funcionario de las últimas veces y cuando abrí la carpeta y se los mostré, mi sonrisa era amplia. Pero no me iba a durar mucho, porque necesitaba demostrar con tres tipos de acciones diferentes que estoy en búsqueda activa de empleo y luego acompañar esa nueva documentación a la solicitud.
Me sentí humillada, porque yo había pasado un par de veces a lo largo del último año por esta oficina para informarme sobre el tema, y nadie me había advertido con antelación de estos requisitos. Me fui directamente a la Alcazaba. Necesitaba ver el mar conforme subía, contemplar otro horizonte, y busqué un rincón encantador.
Me senté en un banco al lado de un ventanal, dentro de lo que se conoce como Casa del Alcaide, y me puse a mirar la muralla y el Cerro de San Cristóbal. No estuve mucho tiempo en soledad. Se acercaron dos mujeres que estaban haciendo fotos y una de ellas también se sentó. Hablaban una lengua latina y yo me atreví a preguntarles, sin más, si era rumano. Ellas se extrañaron y con cara de asombro me dijeron “portugués”.
¡Dios mío, qué lejos que estamos de Portugal!, pensé, ¡no he podido reconocer el idioma! Me dio bastante vergüenza, pero el espacio era tan romántico, con una fuente interior y al lado de una alberca ajardinada, que enseguida me recuperé y ellas me indicaron, como otro lugar bello para visitar, el interior de las casas islámicas.
Daban los toques de la una de la tarde cuando yo bajaba por la Puerta de la Justicia para salir del recinto, y, a las y media ya estaba en la estación intermodal, después de haber atravesado el jardín zen de nuestro actual alcalde.
A la semana siguiente, después de San Juan, concerté una nueva cita y entonces presenté todo lo que me exigían y se le dio curso sin ninguna objeción. Yo estaba tan feliz que deseé que todo fuera bien y él me deseó que encontrara trabajo. Algo parecido me dijo otra compañera parada “o trabajo, o subsidio, no se puede estar sin nada”.
Cuando salí de la oficina no quise entrar en ninguna tienda. Atravesé el Mercado Central, pasé por el lado de Nicolás Salmerón. Calle las Tiendas, Plaza Vieja. Calle la Música, Plaza del Descanso y allí, alrededor de la nueva escultura del rey moro, Begoña, una cantante madrileña, que toca un salterio, junto a otro cantante y guitarrista, cantaron una cita de Calderón, que me emocionó: “Desde el nacer al morir casi se puede dudar si el partir es el parar o el parar es el partir”.
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