Entre sopapo y sopapo, a Bruce Lee le dio tiempo a dejarnos algunas perlas de filosofía oriental entre las que me gustaría destacar esa de que no había que golpear cuando se daba la oportunidad, “porque el golpe se da por sí mismo”. Al margen de que se trata de una idea llamativa para alguien que alcanzó fama y fortuna sacudiendo leñazos, sí que me gustaría comentarles hoy los riesgos que, en política, se pueden correr al forzar la ocasión de soltar un zurriagazo. Y en la política municipal almeriense, igual que en los callejones de Bangkog, es desaconsejable buscar una excusa para liarse a mamporros con el primero que pasa, porque esas cosas se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan. Por eso, aunque se comprende bien que después del penoso resultado de las elecciones municipales en Almería y del meneo interno que sufre el partido a nivel nacional existan en UPyD ganas de llamar la atención de la gente con sus razonables afanes de regeneración y cambio, conviene saber cuándo y dónde saca uno la mano a pasear. Lo digo porque coincidiendo con la inminencia de la Feria de Almería, a los señores de este partido se les ha ocurrido criticar el gasto que el Ayuntamiento hace en abanicos feriales, por considerarlo un despilfarro y que hay otras necesidades y que si los excesos y todo eso. Y les va a pasar como en las películas de kárate: la primera en la frente. En Almería se puede criticar políticamente todo o casi todo, pero si hay algo que no conviene censurar nunca es lo de los abanicos de Feria. Usted y yo sabemos que los abanicos son una birria, pero por alguna inexplicable razón que no merece la pena desentrañar, tienen un poder telúrico entre la atracción y la adicción que hace que, por ellos, la gente corra riesgos de severas lipotimias, no se arredre ante eventuales tumultos y que incluso se produzcan amagos de agresión a los concejales, como he llegado a ver personalmente. Los abanicos de Feria son una bagatela, sí, pero también son intocables. Es lo que hay.
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