La anomalía de los tipos de interés negativos

“La explicación más sumaria es que la oferta de fondos prestables ha sido superior a la demanda”

Francisco Cortés García
23:32 • 08 ago. 2015

En los últimos años hemos visto cómo el Tesoro público español pasaba de tener serios problemas de financiación, con primas de riesgo elevadas, a financiarse por primera vez en la historia a tasas de interés nominales negativas. Pero no solamente el Tesoro, también los depósitos de los bancos en el BCE, así como en otros bancos centrales europeos (Suiza, Dinamarca…), se están retribuyendo a tasas de interés nominales por debajo del cero. 


Es decir, nos estamos encontrando con activos financieros cuyo valor futuro es inferior a su valor presente. 


Y, esto, como todos sabemos, solo tiene explicación por cuestiones puramente especulativas y/o por desequilibrios profundos en la economía.




Si bien en algún momento la teoría económica se ha aproximado a la posibilidad de implantar tasas nominales negativas, como es el caso de la teoría de la oxidación de la moneda de Silvio Gesell, no deja de ser cierto que estamos ante un fenómeno escasamente intuitivo. Cuando Japón en los noventa caía en la trampa de la liquidez que enunciara Keynes décadas antes, algunos economistas plantearon como posible solución a la misma la bancarización total del efectivo con objeto de darle aún más recorrido a la política monetaria, con tipos nominales ya en el cero. Pero dicha medida, aunque técnicamente viable, se presentaba como problemática, especialmente para un país en el que los ciudadanos tienen una anómala preferencia por el efectivo.


No cabe duda de que estamos ante una novedad económica con muy pocos precedentes. Una novedad que pone de manifiesto lo inédito y lo singular del momento que estamos viviendo en términos económicos. Pero, sin embargo, se trata de una anomalía que, por muy antiintuitiva que parezca, puede ser explicada económicamente. Evidentemente, la explicación más sumaria que se nos puede ocurrir para justificar por qué hemos llegado hasta aquí es que la oferta de fondos prestables ha sido superior a la demanda, encontrando su precio de equilibrio, la tasa de interés nominal, por debajo del cero. No obstante, habría que buscar algunas causas más que expliquen con alguna mayor profundidad el fenómeno monetario que estamos describiendo. Ya se ha comentado en múltiples ocasiones: la actual abundancia de liquidez derivada de la política expansiva del BCE, la ausencia de alternativas de inversión para los inversores institucionales, que convierten a la deuda pública en un sustituto del efectivo, o la mera especulación financiera, son posibles causas que, de forma conjunta, han contribuido a generar esta singularidad que, a todas luces, es insostenible. 




Aparentemente los beneficios son evidentes, toda vez que la existencia de tasas de interés nominales negativas se presenta como un canon de retorno de la economía financiera, que se rige por funciones exponenciales, hacia la economía real, que, por regla general, se rige por funciones lineales. Durante muchos años la economía financiera se ha ido sobredimensionando con respecto a la economía real hasta alcanzar una burbuja que estallaría en 2007. 


Por lo tanto, el fenómeno de las tasa negativas facilita y estimula la inversión productiva y el acceso al crédito. Pero también podría tener efectos perversos muy negativos relacionados con el sobreendeudamiento, con la ineficiencia asignativa, con la propensión a una mayor asunción de riesgos o con la aparición de una nueva burbuja. En concreto, en el caso español, el bajo coste de la financiación (en este caso negativo), especialmente en un año electoral como el actual, podría estimular el sobreendeudamiento público, aumentando una deuda estatal que ya está en tasas muy elevadas (100% del PIB), generando problemas futuros relacionados con los costes financieros cuando se produzca un repunte de los tipos de interés. 




Por lo tanto, a nuestro juicio, esta situación tan antiintuitiva no es sino el reflejo de una enfermedad económica que, ni de lejos, está solucionada: la descomunal desproporción entre la economía financiera y la economía real o productiva.



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