Quizá haya sido la primera vez que Alberto Garzón se ha pronunciado de una manera tan rotunda sobre los desprecios de Podemos y Pablo Iglesias a Izquierda Unida. Sucedió el miércoles en la tertulia de Canal Sur tv en el que participo habitualmente.
Mis compañeros de “mesa”, Esperanza Torres, directora, María Jesús Pereira, de ABC Sevilla, Javier Aroca, de La Sexta noche, y Carlos María Ruiz habían hecho ya uso de su turno de preguntas cuando llegó el mío:
-Señor Garzón, usted no se fía de los dirigentes del PSOE, ¿se fía más de los de Podemos, después de los continuos desprecios a los que ha sido sometido y que han rozado, si no superado, la humillación, y, también, a la vista de los vaivenes constantes y de la calculada ambigüedad de este partido en temas estratégicos y muy importantes para el futuro del país?
-Sobre Podemos nosotros no compartimos muchas de las cosas que dice- respondió- y, sobre todo, ni las formas, ni las actitudes, ni la estrategia de llevar más o menos un discurso calculado con una ambigüedad ideológica que nosotros no compartimos. Nosotros somos una izquierda clara, rupturista, radical si se me permite la expresión, porque vamos a la raíz de los problemas. ( ) Aunque estamos mucho más cerca de la gente de Podemos que de cualquier otros dirigentes del PSOE, insisto que los desprecios de sus dirigentes nos parece que no son razonables y que no están atendiendo a la realidad que vive la gente.
Las elecciones catalanas del domingo y el fracaso, sin paliativos demagógicos, de la candidatura de Izquierda Unida y Podemos (Catalunya Sí que es Pot) ha supuesto un tsumani político de consecuencias tan amplias que en la política nacional a medio plazo solo pueden ser analizadas como previsibles, sin certeza alguna y para ningún partido.
El 27- S comenzaron a cambiar muchas cosas en este país. Una de ellas fue el camino a transitar por los que quieren conformar una candidatura común a la izquierda de los socialistas y por los que, hasta ayer, despreciaban esa posibilidad desde la insolencia de presentarse como los investidos por el dedo revolucionario del destino para protagonizar, solos y sin compañía de otros partidos, un proceso constituyente de cuestionada salida y de arriesgadísima llegada.
Izquierda Unida y algunos de sus líderes- entre ellos Alberto Garzón, de ahí sus críticas declaraciones del miércoles- despertaron en la noche del domingo de la pesadilla que les ha conducido durante meses por un calvario en el que nunca se sabrá qué fue mayor, si el desprecio cruel y zafio de Iglesias y Monedero, insultando a los viejos camaradas de tantas luchas, o la capacidad de humillación y penitencia de los que una y otra vez, y otra, y otra, se arrastraban por encontrar un hueco en la procesión del asalto a los cielos prometidos.
A veces tenemos la sensación de que este tipo de estrategias están reducidos a los límites geográficos de la política madrileña. No es así. La caída de Iglesias con todo su equipaje de argumentos en las catalanas (y antes en la andaluzas; que aquí empezó el inicio del ocaso, no lo olviden), el fracaso catalán, digo, también va a tener su efecto en el formato y en la configuración con que Izquierda Unida y Podemos concurrirán a las elecciones generales por esta provincia.
Hasta ahora había un sector de IU en Almería que apostaba más o menos abiertamente por su integración en la candidatura podemita. Eran (o son) los críticos con Rafael Esteban o Agustín de Sagarra. Militantes desorientados en medio de la tormenta que atraviesa la coalición y que pensaron o piensan que el partido de Iglesias (el posesivo es intencionado) era la mejor fórmula de llegar al poder y, en el camino, ajustar viejas y nuevas cuentas con el PSOE.
El problema de todos los que se sitúan en ese cajón de sastre en la izquierda más radical es que, junto a su concepción leninista de partido, convive una vocación irremediable por la discrepancia que les hace imitar a los anarquistas y a esa irónica teoría que sostiene que “detrás de un anarquista siempre hay un idealista; cuando se juntan dos, se produce una escisión; y cuando son más de tres los que coinciden, a alguno se le ocurre volar algún puente”. La comparación es premeditadamente exagerada, pero a la vista de cómo concurrieron en las municipales de mayo en la capital puede que no lo sea tanto (en la primera y segunda circunstancia, se entiende, que nadie se vaya al monte).
Después del fracaso catalán- “un resultado altamente decepcionante” lo califico Iglesias- las posibilidades de esa unión se antojan más complejas; no sé si más alejadas, pero si más complejas.
Porque el complejo de inferioridad moral y electoral se ha debilitado. Iglesias no es- nunca lo fue- el Moisés que abre las aguas por donde llegan los votos que inundan las urnas. El sorpasso al PSOE ha acabado convertido en el sueño de una noche de sábado televisiva y no hay nada más amargo en términos de coste electoral que llegar al poder y tomar decisiones que nunca son inmaculadas.
Así las cosas la izquierda de la socialdemocracia tiene dos opciones en Almería: o van unidas y tienen posibilidades de alcanzar un escaño en el Congreso o van divididas y su posición extramuros está garantizada. A los dos grandes partidos les es más confortable esta opción porque tienen garantizada su dualidad representativa.
El inconveniente de la opción unitaria es que el cabeza de lista de la candidatura conjunta entre IU y Podemos (y sus terminales de ocasión), debería ser elegido en primarias y ese es un desfiladero imposible de pasar sin gravísimas heridas por la intensa balacera que provocaría entre los apostados a uno y otro lado del campo de batalla.
A poco más de dos meses de las elecciones sólo el PSOE ha sorteado con eficacia y sin ruido externo la elaboración de sus candidaturas. (aunque con algunas frustraciones más que dolorosas y que a la menor oportunidad saldrán). El PP sigue desojando la margarita y la izquierda más a la izquierda continua, como (casi) siempre, instalada en el bucle permanente de la indefinición táctica, la contradicción estratégica y la eternidad discursiva a la búsqueda de la línea correcta y la ortodoxia.
Sólo habrá que esperar unas semanas para que el laberinto de las batallas internas haya dejado de existir. Todo se habrá consumado. Entonces empezara la guerra. Siempre ha sido así. Y es que, en el fondo a la izquierda, casi siempre lo que hay es un problema de soberbia intelectual; pero soberbia al cabo.
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