De la corrupción detestable a los nuevos inquisidores

Hace unas semanas leí en un periódico un titular lleno de amarillenta intencionalidad en el que se afirmaba  con solemnidad que “Diaz dio a un ex alto car

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 25 oct. 2015

Lo sorprendente es que, tras tan insinuante titular, el texto de la información manifestaba que la empresa del ex alto cargo fue fundada un año y medio después de su salida de la administración; que existía un informe que avalaba la legalidad de la concesión; que el objetivo de la misma- en la que también participaba como socio un especialista esloveno en biotecnología molecular-, tiene como objetivo desarrollar y comercializar un test para la detección temprana del cáncer; que la investigación se encuentra actualmente en fase de validación clínica- tomando muestras de sangre a cuatro mil personas-, tanto sanas como enfermas; que la comercialización comenzaría en Europa y después en Estados Unidos; que ya hay dos farmacéuticas que están en contacto con las empresa interesadas en invertir en el proyecto; que el promotor cuenta con un formidable curriculum, que incluye másteres en la Ecola Centrale de París y en el MIT de Massachusetts; y que en la actualidad se encuentran en Silicon Valley para abrir una oficina comercial; y que en el proyecto trabajaban ya veinte personas. Fin de la cita recogida del texto publicado por el periódico en cuestión. ¿Dónde está la noticia? ¿En la concesión de la subvención? No, porque, a la vista del informe técnico (no político), todo se atuvo a la más estricta legalidad. ¿En el desarrollo del proceso de investigación? Tampoco, porque continúa desarrollándose según lo previsto. ¿En la inexistencia de interés general por el tema investigado? Menos todavía; hay que ser demasiado imbécil para no respaldar una investigación serie y sólida sobre el cáncer. ¿En la incapacidad profesional de quienes dirigen la empresa? Resulta obvio que no es el caso, todo lo contrario; ¿en la inexistencia de trabajadores? No puede ser, veinte personas trabajan en el proyecto.


Entonces y a la vista de estos interrogantes y sus respuestas, ¿Qué se pretendía con el titular? Exactamente lo que usted está pensando: en tiempo de guerra cualquier agujero es trinchera y el caso es disparar, aunque la bala mate a alguien que pasaba por allí sin vinculación con la balacera.  


Eludo de forma intencionada hacer público el nombre del emprendedor, vinculado a Almería, porque nunca me ha apetecido acompañar a los expertos en pozos negros mediáticos. La mierda para el que se la trabaja. 




Lo que resulta bien interesante es reflexionar sobre el riesgo de utilizar la corrupción, no como una lacra a combatir, sino como instrumento para atacar al contrario (con razón o sin ella, qué más da: “para el fraile todo es bueno pa el convento”). 


Esta práctica, tan habitual en todos los partidos y, por tanto, con victimas presentes y futuras en todos los bandos- los verdugos de hoy serán las víctimas de mañana, al tiempo-, se ha apoderado desde hace años de la filosofía editorial de no pocos medios nacionales; los locales, salvo excepciones conmovedoramente digitales o marginales, no hemos caído en ese abismo, tan pestilente, del torquemadismo inquisitorial.




Una vocación inquisitorial que no busca la información, sino su utilización maniquea, interesada y zafia para satisfacer oscuros objeto de deseos financiadores.


Pero, con todo y siendo grave la utilización partidista de la corrupción o el uso maniqueo de la misma por parte de algunos, lo más inquietante es la influencia negativa que estos comportamientos tan indeseables provocan en quienes- como el caso del emprendedor de origen almeriense que nos ocupa- tienen la tentación de aportar durante unos años su capacidad intelectual y profesional a mejorar la gobernanza de una ciudad, de una provincia, de una región o de un país. Si alguien que ha permanecido durante un tiempo en la administración pública va a ser, tras su marcha, sometido a la calumnia de un titular o al escándalo intencionado de un partido, ¿Quién va a querer dedicarse a la gestión pública? La respuesta es fácil y desoladora: los que no tengan otro sitio donde cobrar una nómina a fin de mes. Aquellos que gocen de indubitada capacidad profesional huirán de dedicar una parte de su tiempo laboral a gestionar el espacio público compartido, que eso es hacer política.




Será entonces cuando- como en demasiados casos en la actualidad- a la política sólo se dediquen los mediocres, cuando no los incapaces de hacer otra cosa que no sea medrar a las sombra del granado de unas siglas en las que ni ellos creen y de las que –Montoro dixit, pero vale para todos los partidos- hasta se avergüenzan.


Persigamos con las lanzas del sectarismo obsceno y de la calumnia disimulada a los políticos que lo son o lo fueron; exijámosles que ganen salarios muy por debajo de lo que ganarían en el desarrollo privado de su profesión y cubramos a todos- desde el presunto ladrón de Rato al irresponsable de Chaves o a los miles de concejales, alcaldes y diputados honorables- del oprobio de la culpabilidad. Hagamos todo eso y al final conseguiremos, entonces sí, que nos gobiernen una banda de mediocres que solo aspiran al cielo o a llegar a fin de mes.


Ya sé que defender a los políticos no está de moda. Que han sido muchos los que se han ganado el descrédito a fondo. Lo que no es razonable es que metamos a todos en el mismo saco revistiéndolos del velo escarnecedor de la maledicencia y la sospecha.


Saben por qué. Porque actuar así es abrir las puertas al neofascismo franquista. Y en ese viaje, al menos conmigo y con este periódico, que nadie cuente.  



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