El mapa político nacional va a saltar por los aires el 20D. La cómoda hostilidad con que socialistas y populares han convivido desde 1982 se apresura a entrar en el territorio, tan cerca y tan lejos, de la memoria; ya nada volverá a ser como antes.
El juego a dos ha terminado y la placidez en que ha estado instalada la clase política se ha agotado. Puede extrañar pero, si miramos más allá del vértigo que acompaña siempre al cambio, la modificación de la aritmética electoral entra dentro de lo previsible. ¿Por qué? Sencillamente porque durante todos estos años la obra siempre ha sido la misma; quienes cambiaban eran los protagonistas, que unas legislaturas estaban en el escenario del poder y otras en las bambalinas de la oposición; un intercambio ritual que ha acabado por cansar a una parte importante de quienes han asistido a la escenificación desde el patio de butacas.
Ese cansancio ciudadano, provocado por una clase dirigente obsesionada por su permanencia en los entornos del poder, es una de las causas; pero no es la única. Están también el hastío, el huracán de la crisis y el viento solano de la corrupción que ha hecho enloquecer de impudicia a quienes se han beneficiado con ella y enrojecer de indignación a quienes la han padecido. A un coctel así sólo le faltaba un grupo de expertos agitadores mediáticos para que la tormenta fuera perfecta.
El interrogante surge cuando nadie sensato es capaz de predecir si las consecuencias del derrumbe de la “vieja política” no acabarán levantando un telón en el que la obra acabe siendo un esperpento protagonizado por un elenco de airados. La enfermedad es grave, pero nadie asegura que el remedio no pueda ser aún peor o, quizá, mejor.
Un riesgo cierto del que sus principales responsables son los dos grandes partidos por no haber sido capaces de emprender una regeneración alentada desde dentro y que, ahora y sin remedio, se van a ver abocados a hacer desde fuera.
Desde la marcha de Felipe González, el PSOE no ha sido capaz de encontrar un rumbo estable. Zapatero fue un accidente provocado por Alfonso Guerra y sus maniobras en la oscuridad de aquella noche del sábado congresual del 2000 y del que los españoles todavía no se han repuesto.
En la otra acera, Aznar comenzó en su segunda legislatura un camino hacia el delirio que aún no ha acabado. La corrupción, que tan cara va a costar al PP dentro de quince días, fue dibujándose en aquel tiempo en que el aspirante a nuevo Cid Campeador- así se disfrazó para una foto memorable - se rodeó de una banda de ladrones en la que Bárcenas era dios y Correa y “el bigotes” sus profetas, así en Madrid como en Valencia.
Aquellos fangos de insustancialidad socialista y de pijoterío delictivo popular han construido el lodazal del que ahora nadie se atreve a predecir cómo debemos salir.
PP y PSOE arrastran una pesadísima mochila de incapacidad y corrupción, pero Ciudadanos y Podemos son dos productos marketinianos creados desde los púlpitos mediáticos que tienen como táctica el oportunismo y como estrategia la acumulación de oportunismos. Por no irnos lejos de Almería, a ver si alguien es capaz de decir qué piensa hacer Ciudadanos con el AVE a Almería o donde está la garantía de gobierno de Podemos cuando su número uno pide que se termine la autovía con Málaga después de llevar más de dos meses inaugurada.
Todas estas contradicciones van a conducir al país a situación de extremada complejidad en la que la incertidumbre aparece por todas las esquinas. El único dato en que coinciden todas las encuestas es el alto número de indecisos. El último CIS sitúa en el 41 por ciento los ciudadanos que han decidido votar pero no tienen aún claro cuál será su elección. Un porcentaje susceptible de verse muy influenciado por el desarrollo de los dos debates electorales previstos en Atresmedia y TVE. El desfile de los candidatos por los platós ha rozado el patetismo. Ver a Rajoy en la cocina, a Sánchez jugando al pin pon, a Iglesias tocando (mal) la guitarra y cantando (peor) una nana o a Rivera dando vueltas en un coche no invita mucho a la esperanza. Cuando el espectáculo y el postureo anula el razonamiento y el argumento, mal asunto.
Con todo hay que ser optimistas. La crisis comienza a levantarse y la corrupción tiene hoy más dificultad para la impunidad que ayer. El rodillo dejará paso al acuerdo y la imposición al consenso. La soberbia tornará en mesura y la confrontación en encuentro.
Es preciso reformar el sistema en el que hasta ahora hemos convivido y progresado con muchos más aciertos que errores. Reformarlo, pero no romperlo. La historia no empieza cada amanecer. El hoy es la consecuencia del ayer y el mañana será la consecuencia del hoy. Los españoles acertarán el 20D. De lo que no estoy seguro es que sus representantes acaben asumiendo para lo que habrán sido elegidos.
No cambiar será un inmenso error, pero cambiar por cambiar será un suicidio. Cada partido debería aplicarse a explicar sin postureo hacia dónde quieren ir y eludir el error de abandonarse a descubrir el mundo cada mañana.
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