La suerte es una sorpresa que dura diez minutos. Después de eso ya no es más que una consecuencia. Y así, lo que al principio te ha tocado por esa coincidencia necesaria que el poeta Pedro Salinas llamaba “seguro azar”, acaba siendo simplemente una recompensa a tu mérito. La condición humana nos retrata de ese modo y así es como lo cuentan algunos estudios y entrevistas realizadas entre ganadores de sorteos y loterías, que habían acabado asumiendo su fortuna como el resultado directo de su esfuerzo en la vida o como justa compensación de padecimientos pretéritos.
Sería muy interesante esperar un año y hacer reportajes trazadores de las vidas de todos estos afortunados paisanos que llenan hoy el periódico, y ver en qué ha cambiado su manera de interpretar el extraordinario momento que tuvieron la suerte de vivir ayer. El tiempo y el dinero son dos poderosos elementos para modificar la percepción de las causas o fuerzas que, supuestamente, determinan que algunos hechos y circunstancias imprevisibles -o no- acaben desarrollándose de una manera o de otra. A los que no nos ha tocado esta vez, ni nunca, siempre nos queda la apelación estadística para pensar que todos tenemos una posibilidad entre 100.000 de que nos toque la Lotería de Navidad y eso viene a ser tan infrecuente como sufrir un accidente de avión. Aunque si de verdad quieren cabrearse, piensen que la revista “Popular Mechanics” publicó un estudio que concluía que es diez veces más probable ser golpeado por un meteorito que morir en un accidente aéreo. Pero si a usted le ignora la fortuna de modo tan miserable que ni gana premios de lotería, ni sufre accidentes de aviación, ni recibe el impacto de cuerpos celestes, siempre le quedará el recurso de celebrar su buena salud. Si la tiene, porque después de ver a amigos y conocidos festejando el premio, no creo que le quede mucha.
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