¿Nos abrazamos?

Mar Verdejo
22:54 • 25 dic. 2015
Los atardeceres en estos meses, en la bahía de Almería, te dejan sin palabras. El sol se esconde en el horizonte y cada uno de ellos es único e irrepetible sobre el Mediterráneo. A veces me sorprendo mirando la hora y buscando el sitio adecuado en el que, en silencio, me maravillo de este regalo de la naturaleza en la misma puerta de casa. Dijo Albert Einstein: “El más bello sentimiento que uno pueda experimentar es sentir misterio. Esta es la fuente de todo arte verdadero, de toda verdadera ciencia. Aquel que nunca ha conocido esta emoción, que no posee el don de maravillarse ni encantarse… sus ojos están cerrados…”. Se acaba 2015 y con él se cierra un ciclo que celebramos estos días de Navidad, junto a la familia y seres queridos. Renacemos, comenzamos, nos llenamos de buenas intenciones impregnándonos del “espíritu navideño”. Es el momento de abrazarnos, de sentirnos y de añorarnos. Es el tiempo de alimentar la ilusión de los niños y de las niñas que fuimos, y que algunos nos resistimos a dejar atrás y a olvidar a pesar del rencor, la decepción y la frustración que nos atenaza a diario y que nos hace perder energías en cosas inútiles. Esos niños y niñas que fuimos si desaparecen de nuestro imaginario, creo que desaparecerían también nuestros sueños e ilusiones y, junto a ellos, la esperanza de vivir en un mundo solidario, equitativo y sostenible, a pesar de que tengamos que soportar a diario que nos digan que son ideas de mundos utópicos. A diario sueño con ellos y me hablan de solidaridad, cooperatividad, empatía, respeto y fraternidad; y a su vez van enraizando, sin pausa, en todos los corazones, a pesar de que usan el miedo como herramienta para que no arraiguen en ningún lugar ni en multitud de sitios. “Honraré la Navidad en mi corazón y trataré de mantenerla todo el año” como dijo Charles Dickens, porque hay niños y niñas como Nalin, de seis años, que ha caminado más de 3.000 kilómetros junto a su madre hasta llegar a un lugar seguro para poder ir a la escuela y ponerse a salvo de la pesadilla de la guerra. Ha huido de las ruinas, del miedo y odio atroz que se está gestando entre ellas. Nalis es una niña preciosa, de pelo rizado como mi sobrina Jimena, que viaja en silencio y sonríe cuando ve la luz tras horas y horas de viajar a oscuras, en un tétrico silencio, encerrada en un camión junto a su madre. Ni Nalin ni Jimena saben que unos 1.300 niños y niñas (1 de cada 3 refugiados) han muerto este año ahogados, según UNICEF, en el Mediterráneo. Jimena, este año, empezará a ser consciente de que hace más de 2000 años nació un niño, al que llamaron Jesús, y que también tuvo que huir junto a sus padres angustiados para buscarle un futuro y que, como Nalin, perdieron su hogar, su familia y sus raíces. ¿Qué futuro les espera a ella y a los millones de niños que sufren las decisiones de esos hombres y mujeres, que ya no caminan junto al niño y niña que fueron, para que las Nalin del mundo no tengan ni una vida ni un futuro dignos? Como a cada atardecer esperado, le sucede un armonioso amanecer sobre el Mar Mediterráneo, que trae esperanza y calma al día que afrontamos. Al otro lado de la orilla, también su belleza se refleja aunque envuelta con pánico y desesperación, en un viaje al que se abrazan como última oportunidad. Estamos en un momento decisivo, como especie en el Planeta, por nuestra relación entre nosotros y con el resto de las especies. Abrazaré a Jimena para no olvidar a la niña que fui y que hoy camina de mi mano, porque no quiero olvidarla, y ni olvidar que Nalin y Jimena se merecen que otro mundo sea posible.






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