La mayoría de estudios sobre las tendencias de mercado en Europa apuntan a un creciente interés de los consumidores por el impacto ambiental de los productos que adquiere, unido por lo general a la preocupación por la seguridad alimentaria. Sin embargo, la relación entre el complejo aparato normativo que regula la producción agrícola comunitaria y la percepción de los consumidores sobre los productos que llegan a los lineales de las grandes cadenas de distribución y a los pequeños comercios no acaba de traducirse en un predominio de las decisiones de compra del producto europeo, sujeto a normas y controles, frente al que proviene de terceros países, cuyas condiciones de producción desde el punto de vista de la salud y de la sostenibilidad ambiental y social son bastante opacas.
Como es lógico, el precio del producto desempeña un papel predominante tanto en las estrategias de aprovisionamiento de las cadenas de distribución como en la decisión final del comprador. Un comprador que, por lo general, se enfrenta a una información sobre el origen de los productos que es preciso encontrar, en el mejor de los casos, analizando la abrumadora cantidad de texto que se acumula en el reducido espacio del etiquetado o del envase.
Por esta razón parece muy poco sensato esperar que sean los consumidores europeos quienes cierren filas en favor del producto comunitario, por mucho que presenten el nivel más alto del mundo en cuanto a seguridad alimentaria o que el espacio agrícola europeo esté avanzando hacia modelos de sostenibilidad prácticamente inéditos en todo el mundo, incluyendo aspectos sociales y humanos, que constituyen uno de los hechos diferenciales más importantes del agro europeo respecto al de otras regiones. Es decir, Europa quiere sostenibilidad, pero también precios competitivos.
El tomate podría considerarse la hortaliza paradigmática de este fenómeno, por el crecimiento que se ha venido registrando en las importaciones europeas, sobre todo si se contemplan en un sentido amplio, es decir, sumando las comunitarias a las del Reino Unido tras el Brexit. En este contexto, el precio manda con mayor capacidad de influencia que cualquier otro aspecto.
Este preocupante escenario viene generando reclamaciones y propuestas desde las entidades representativas del sector hortofrutícola español, así como el de los demás países que conforman el Grupo de Contacto de Tomate de la UE (Francia, Italia y Portugal), así como desde las organizaciones agrarias españolas y comunitarias. En ambos casos, como se ha dicho, se solicita rigor en las normas actuales e, incluso, la supresión de normativas que, en opinión del sector, socavan aún más la competitividad del tomate europeo. Es el caso de la petición del Grupo de Contacto en favor de que se retiren las propuestas de Reglamento de uso sostenible de fitosanitarios y la de envases y residuos de envases, presentadas por la Comisión Europea.
Es decir, el sector espera una regulación orientada a favorecer la competitividad del producto interno frente al externo.
Pero, el sector debería poner también sobre la mesa otras cuestiones, como la necesidad de normalizar en la UE la aplicación de las tecnologías de edición genética en la mejora varietal. La razón es que el poderoso avance que representa este concepto va a ser aprovechado tarde o temprano por los países productores, ampliando claramente la ventaja comparativa de la que gozan en la actualidad. El sector hortofrutícola necesita de CRISPR para no quedarse anclado en los albores del siglo XXI. El tomate, al igual que las demás hortalizas necesita incrementar su productividad en un contexto paulatinamente adverso, determinado por el cambio climático. Todo ello, sin olvidar las potencialidades que esta tecnología comporta a la hora de incorporar nuevas cualidades a los productos. El tomate europeo tendría muy difícil competir con producciones de países terceros basadas en nuevas variedades desarrolladas mediante tecnología CRISPR. Nuevas variedades producidas con menos costes y puede que con mayores niveles de calidad y de vida comercial. Y, lo que puede ser más decisivo a la larga, con menor impacto ambiental sin necesidad de incorporar grandes transformaciones en los métodos de cultivo.
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