La estética forma parte de la nueva cultura que rodea al vino. Qué lejos quedan aquellos años de nuestra niñez cuando veíamos a los hombres compartiendo una botella de vino apócrifo después del trabajo. Algunos eran mecánicos que con las manos manchadas de grasa festejaban el final de la jornada vaso a vaso con una tapa de habas o de cacahuetes; otros eran albañiles de los que nunca se bajaban del andamio, o carpinteros, o comerciantes que celebraban las ventas con un par de botellas sin nombre ni apellido. Era vino, y poco importaba su color, ni su brillo, ni el aroma que iba dejando por el camino, ni si el vaso no estaba bien fregado ni si por encima de la mesa habían montado guardia las moscas. Lo importante era compartirlo con los amigos y olvidarse de todo.
El vino ha dejado de ser aquel quita penas, aquel paño de lágrimas, aquel bálsamo de Fierabrás masculino de tabernas sombrías de dudosa reputación, para convertirse en un pequeño dios sobre el que se ha ido creando toda una liturgia.
Alfonso Montaña es uno de sus apóstoles, un erudito de la cultura del vino que llegó a Almería hace doce años para poner un negocio en la Plaza de Careaga. “Buscábamos un lugar donde no hubiera establecimientos que compraran el vino directamente de la bodega, como hacemos nosotros”, asegura. En esta búsqueda se encontró con Almería, un escenario sin competencia en su sector y un paraíso para una pareja de emprendedores que venía hastiada de la gran metrópolis. “Nos gustó Almería desde el primer minuto. Sentimos la tranquilidad de estar en una ciudad donde la vida sigue fluyendo como en los pueblos y donde la gente todavía se conoce y tiene tiempo para pararse y saludarse por las calles. Veníamos de Madrid, cansados de ver caras amarillentas en el metro, y nos sorprendió esa vida más natural y a pie de calle que tiene Almería”.
Alfonso Montaña en un estudioso del vino que ejerce su oficio con pasión y que como un arqueólogo va rastreando las bodegas en busca de nuevos sabores y nuevas sensaciones. Además de vendedor, ejerce también de maestro con grupos reducidos a los que les enseña a saber leer las etiquetas, a catar los vinos, a disfrutarlos con calma y a poner en marcha un ritual imprescindible que pasa por una buena compañía, una copa amplia que permita la entrada del aire y saber elegir el caldo adecuado. “El vino hay que disfrutarlo más que tomarlo. Se disfruta hasta el color, el brillo, el aroma que te deja en los labios, procurando siempre hacerlo con tranquilidad, sin prisas, saboreando cada instante y con las personas convenientes. Un buen vino puede resultar mejor si se comparte con una compañera fantástica que con un jefe coñazo, porque se trata de una bebida que suele estar vinculada con momentos alegres”, explica.
Su tienda es un pequeño bazar en el que uno siempre tiene la sensación de que va a encontrarse con una sorpresa, con ese pequeño tesoro que acaba de recibir de Mallorca, de Chile, de Hungría, de Serón, o quién sabe de dóne, porque ya no existen lugares exclusivos del buen vino y el milagro puede surgir en cualquier escenario y en cualquier momento. “Actualmente disponemos en la tienda de una colección permanente que ronda las doscientos cincuenta marcas de varios países, con unas dos mil quinientas botellas, pero sin olvidar nunca nuestra filosofía de estar siempre buscando, abiertos a probar cosas diferentes”, me cuenta.
En los últimos tiempos ha aumentado la demanda por el llamado vino ecológico, que goza de buena prensa y del beneplácito de los doctores. “Un vino ecológico es aquel que tiene un nivel de sulfitos por debajo de lo habitual”, explica. “¿Y qué son los sulfitos?”, le pregunto. “Son derivados del azufre de toda la vida que se utilizan para estabilizar el vino y que no se eche a perder. Para ser considerado ecológico de verdad un vino tiene que estar por debajo de ochenta miligramos de sulfitos. También ha crecido la demanda de vinos más informales, con menos madera, sin la vitola de la excesiva crianza. La gente joven, sobre todo apuesta más por vinos más directos, frutales con calidad de uva, vinos para abrir la botella y disfrutarla”.
Antioxidante Con más o menos sulfitos, el vino está considerado, según los últimos estudios científicos, una bebida saludable si se toma con moderación. “Esos estudios han demostrado que es bueno para el estómago, para el colón y a que a nivel circulatorio es un buen lubricante”, asegura.
También se habla con frecuencia de la longevidad de algunas personas acostumbradas a beber vino de forma moderada durante toda su vida. “Esto es cierto. Está demostrada la capacidad antioxidante del vino, sobre todo el tinto que tiene más cantidad de polifenoles, y que un par de copas al día te pueden beneficiar por dentro y darte un aspecto más juvenil por fuera”.
Alfonso Montaña se pasa el día encerrado entre botellas de vino y como un explorador incansable rebusca por las páginas de los catálogos y en los vericuetos de Internet con la esperanza de que siempre es posible aprender algo nuevo. De vez en cuando cierra la tienda durante una semana y desaparece para irse a recorrer mundo a la caza de una nueva botella con la que sorprender a su público.
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