Del Ricaveral a la Esquinita te Espero

Había bodegas que destacaban por su nombre: el Observatorio, el Patio, el Ricaveral, la Esquinita de Espero. Las bodegas del centro se nutrían en gran núme

Eduardo del Pino
14:00 • 16 nov. 2016

En cada barrio había al menos una de aquellas bodegas masculinas donde se reunían los clientes a la salida de los trabajos. La mayoría de los locales apenas tenían decoración: un mostrador antiguo, un grupo de mesas con sus sillas correspondientes y una atmósfera cargada de humo donde siempre olía a tabaco y a vino peleón. 

Las viejas bodegas no necesitaban anunciarse en los periódicos ni vivían por la publicidad. Muchas no tenían ni un letrero en la puerta con el nombre colgado, pero su fama llegaba por todos los rincones de la ciudad de boca en boca, alimentada por la calidad del vino y la bondad de las tapas que servían. Había tabernas de nombres sugerentes como el Observatorio, el gran templo del chateo de la esquina de la Plaza del Quemadero o la Oficina, en la calle de Granada, que se prestaba siempre al chiste fácil: “Cuando llegues a tu casa y tu mujer te diga que hueles a vino le dices que vienes de la oficina”, se decía entonces. Este establecimiento, que estaba situado en la calle de Granada, fue uno de los bares más conocidos de Almería. Lo abrió el empresario Gerónimo García López en el año 1951. 

La Oficina tenía entonces una numerosa y variada clientela, gentes que venían desde todos los barrios buscando un rato de tertulia y el vino de excelente calidad que importaban desde La Mancha en grandes barriles que llegaban en tren a la estación. Contaba también con una clientela diaria de los empleados de los comercios del centro y de los bancos del Paseo, que solían hacer siempre una parada en La Oficina cuando terminaban la jornada de trabajo.

Muy cerca, en la Plaza de San Sebastián, estaba la histórica bodega de Tonda, que además de ser bodega funcionaba como almacén de vinos y aguardientes, y llegó a tener en sus comienzos en propiedad una fábrica de elaboración de anisados y licores. Competía en aquellos tiempos con lugares tan emblemáticos como el Montenegro, abierto en marzo de 1949 por iniciativa de Juan Puga Antequera y su sobrino Francisco Puga Sabio. Desde su origen, la bodega Montenegro se especializó en el vino de Alboloduy. Dos veces al año, sus dueños hacían una excursión al pueblo a por doscientas sesenta arrobas que traían en un camión. El vino no era sólo para el consumo de su establecimiento, sino que servía para abastecer a otros bares de la ciudad. Del reparto se encargaba un joven aprendiz, José Ibarra López (actual propietario del establecimiento), que con un carrillo de madera de tres ruedas recorría Almería llevando la carga. 

En la calle Real reina la bodega del Patio, con su escenario anclado varios siglos atrás  y su fiel clientela; junto a la Plaza del Marqués de Heredia estaba ‘el 1 y el 2’, dándole vida a aquella esquina que miraba al Paseo;  en la Plaza del Carmen estuvo la Reguladora y entre las calles de Pedro Jover y Alborán, la muy recordada bodega de ‘En la esquinita de espero’, que perfumaba toda aquella manzana al sur de la Almedina. El olor agrio del vino que se almacenaba en los grandes toneles de la despensa, el aroma dulce del anís que se vendía a granel fueron el perfume oficial de aquel famoso rincón. A los niños del barrio, nuestras madres nos mandaban a ‘En la esquinita te espero’ con una botella vacía de cristal en la mano  para que compráramos medio litro de vinagre o una cuarta de anís para los roscos de Navidad. 
En aquellas tabernas que eran patrimonio de los hombres anidaban también los que entonces llamábamos “borrachos”. 

Recuerdo que a finales de los años sesenta todavía era habitual ver salir de una bodega a un hombre bebido de verdad, de los que iban tambaleándose, midiendo la calle de una acera a otra, cogiéndose a la pared para no terminar en el suelo. Aquellos pobres diablos acababan a veces durmiendo la borrachera en cualquier acera con un rastro de orines en el pantalón. A los niños de aquel tiempo nos asustaba ver a los borrachos balanceándose como barcos en medio de una tempestad y cuando pasaban por nuestra calle corríamos a escondernos para que no se fijaran en nosotros, para que no se detuvieran en nuestro tranco ni se tumbaran junto a nuestra puerta.







Temas relacionados

para ti

en destaque