Miguel Ángel Corona (Talavera de la Reina, 1981), uno de los capitanes de la UD Almería, descubrió con 28 años que era celiaco. En su caso, fueron unos fortísimos dolores estomacales, que se prolongaron casi un mes, los que le llevaron de médico en médico hasta que acertaron en el diagnóstico: su intestino no tolera el gluten presente en cereales como trigo, avena, cebada o centeno ni sus productos derivados.
En su caso, la enfermedad no dio pistas hasta que el intestino dijo ‘basta ya’: “Mi celiaquía es silente, no tiene síntomas. Puedo ingerir gluten y, en ese momento, mi cuerpo no reacciona: no tengo ni vómitos, ni diarreas ni erupciones en la piel. Pero cuando me detectaron la enfermedad, mi intestino era una pura úlcera: las vellosidades naturales habían desaparecido casi por completo”. La enfermedad, de origen autoinmune, puede provocar complicaciones de salud muy graves si no hay tratamiento.
Aspeceal, la asociación de celiacos de Almería, celebró el viernes el Día Internacional del Celiaco con distintos actos que contaron con la presencia de Corona y de José Ortiz, ex jugador de la UD. Los responsables de la asociación creen que su mensaje puede llegar a mucha gente que padece la enfermedad pero que todavía no ha sido diagnosticada.
“Yo comía de todo. En realidad, me hinchaba a trigo, porque la pasta es un alimento súper habitual en la alimentación deportista. La parte buena después del diagnóstico es que mi recuperación fue rapidísima. Cambié mis hábitos de alimentación y a los pocos días desaparecieron para siempre aquellos dolores de estómago. Al principio, sí me agobié, sobre todo por la rutina de menús que llevamos en el grupo. Me preocupaban las concentraciones, los viajes, las comidas grupales”, cuenta el jugador.
Gluten en todas partes
Por suerte, cuando Corona recibió el diagnóstico, la celiaquía se había convertido ya casi en algo habitual. En los hoteles no ponían caras raras cuando se le decía que un miembro del equipo no podía ingerir trigo y que la pasta debía ser de maíz o de arroz. Y que tenía que cocinarse aparte, para no mezclarse con aquellos alimentos que sí contienen la proteína, responsable de la resistencia elástica de las masas.
Además de en la pasta, las galletas o el pan, hay gluten en decenas de alimentos procesados, como platos precocinados, salsas, embutidos, mezclas de especias, helados, chocolates, dulces o chicles.
Actualmente, la Federación de Asociaciones de Celiacos de España (FACE) estima que hay alrededor de medio millón de personas diagnosticadas de celiaquía, que afecta al intestino delgado limándolo como si fuera una lija. A pesar de que es una enfermedad que tradicionalmente se diagnostica en niños, el 20% de los casos actualmente se dan en personas de más de 60 años, según indica la FACE. Por género, esta enfermedad afecta más a mujeres, que representan el 75% de los celiacos adultos.
Diagnóstico temprano
La celiaquía ha trastocado también el día a día de la familia de Rocío Sánchez. En su casa, su marido y la primogénita del matrimonio, una niña que acaba de cumplir cuatro años, son celiacos. La más pequeña, con dos años, presenta síntomas parecidos a los que tenía su hermana cuando fue diagnosticada. “Mi hija mayor empezó con vómitos a los 18 meses y, cuando tenía dos años, eran continuos. Empezó a adelgazar, a hinchársele la tripa, tenía el sistema nervioso y el esmalte dental afectado. A mi marido también le dijeron que era celiaco hace año y medio y, en el cribado familiar, yo tengo un diez por ciento de posibilidades de serlo, tengo predisposición genética pero no lo soy”, explica.
La doble celiaquía les ha obigado a cambiar la dieta y a comprar, por ejemplo, otra tostadora más de pan para que no haya contaminación de gluten. Rocío se ha convertido en una experta repostera y hace pan y galletas caseras. Su hija no nota la diferencia con las que se venden en el supermercado.
Sin embargo, todo ello les ha supuesto un incremento en el gasto, que la familia estima en torno a 40 euros más a la semana. “La celiaquía implica otras intolerancia como la lactosa, que son también productos más caros y luego intentamos comprar procesado lo menos posible”.
Este es uno de los principales problemas de las familias afectadas por esta enfermedad: la carestía de los alimentos libres de gluten. En el supermercado, un kilo de macarrones de este tipo llegaa costar hasta siete euros.
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